«Mi
gracia te basta, que mi fuerza se realiza en la flaqueza» (2 Co 12,9).
En su segunda carta a la comunidad de Corinto, el apóstol Pablo se mide
con unos cuantos que ponen en cuestión la legitimidad de su actividad apostólica.
Pero no se defiende enumerando sus méritos y sus logros; al contrario, pone de
manifiesto la obra que Dios ha cumplido en él y a través de él.
Pablo alude a una experiencia mística suya de profunda relación con
Dios (cf. 2 Co 11, 1-7), pero para compartir acto seguido su sufrimiento por
una «espina» que lo atormenta. No explica de qué se trata exactamente, pero se
entiende que es una dificultad grande que podría limitarlo en su tarea de
evangelizador. Por ello, confiesa haberle pedido a Dios que lo libere de ese
impedimento. Pero la respuesta que recibe del mismo Dios es perturbadora.
«Mi gracia te basta, que mi
fuerza se realiza en la flaqueza».
Todos experimentamos continuamente las debilidades físicas,
psicológicas y espirituales nuestras y de los demás, y vemos a nuestro
alrededor una humanidad a menudo afligida y extraviada. Nos sentimos débiles e
incapaces de resolver esas dificultades, incluso de hacerles frente, y como
mucho nos limitamos a no hacer mal a nadie.
Sin embargo, esta experiencia de Pablo nos abre un horizonte nuevo:
reconociendo y aceptando nuestra debilidad, podemos abandonarnos plenamente en
brazos del Padre, que nos ama tal como somos y quiere ayudarnos en nuestro
camino. Y de hecho, más adelante en esta carta, afirma: «cuando soy débil,
entonces es cuando soy fuerte» (2 Co 12, 10).
A propósito de esto, Chiara Lubich escribió: «[...] ante tal
afirmación, nuestra razón se rebela, pues hay una contradicción flagrante o
simplemente una audaz paradoja. En realidad esta expresa una de las verdades
más altas de la fe cristiana. Jesús nos la explica con su vida y sobre todo con
su muerte. ¿Cuándo cumplió la obra que el Padre le había encomendado? ¿Cuándo
redimió a la humanidad? ¿Cuándo venció al pecado? Cuando murió en la cruz, reducido
a nada, después de gritar: "Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has
abandonado?': Jesús fue más fuerte precisamente cuando era más débil. Jesús
habría podido dar origen al nuevo pueblo de Dios solo con su predicación, o con
más milagros, o con algún signo extraordinario. Pero no. No, porque la Iglesia
es obra de Dios, y es en el dolor -y solo en el dolor- donde florecen las obras
de Dios. Así pues, en nuestra debilidad, en la experiencia de nuestra
fragilidad se esconde una ocasión única: la de experimentar la fuerza de Cristo
muerto y resucitado [...]»,
«Mi gracia te basta, que mi
fuerza se realiza en la flaqueza»,
Es la paradoja del Evangelio: a los mansos se les promete en herencia
la tierra (cf. Mt 5, 5); María exalta en el Magníficat (cf. Lc 1, 46-55) el
poder del Señor, que puede expresarse totalmente y definitivamente -en la
historia personal y en la historia de la humanidad- precisamente en el espacio
de la pequeñez y de la total confianza en la acción de Dios.
Comentando esta experiencia de Pablo, Chiara sugería además: «[...] la
opción que los cristianos debemos hacer es de signo absolutamente contrario a
la que se hace normalmente. En esto vamos en verdad a contracorriente. En
general, el ideal de vida del mundo consiste en el éxito, el poder, el
prestigio... Pablo, al contrario, nos dice que hay que gloriarse en la flaqueza
[...] Fiémonos de Dios. Él actuará sobre nuestra debilidad, sobre nuestra nada.
Y cuando Él actúa, podemos estar seguros de que realiza obras que valen, que
irradian un bien duradero y responden a las necesidades auténticas de los
individuos y de la colectividad».
LETIZIA MAGRI