(1 P 4,10)
Edith, ciega de nacimiento, vive con otras invidentes en una residencia donde el capellán sufre una parálisis en las piernas y no puede celebrar la Misa. Por este motivo quieren quitar a Jesús Eucaristía de la casa. Edith ha recurrido al obispo para que lo deje allí como única luz de sus tinieblas. Ha obtenido el permiso y, además, la aprobación para distribuir ella misma la Comunión al capellán y a sus compañeras.
Deseosa de ser útil, Edith ha conseguido que le concedan unas horas en una emisora de radio. Las
utiliza para ofrecer lo mejor que tiene: consejos, pensamientos válidos, aclaraciones de tipo moral para ayudar con sus experiencias a los que sufren. Podría contarte otras muchas cosas de Edith... Es ciega pero el sufrimiento la ha iluminado.
¡Cuántos ejemplos más te podría contar! La bondad existe, pero no hace ruido. Edith vive su cristianismo concretamente: sabe que cada uno de nosotros ha recibido dones y los pone al servicio de los demás.
Sí, porque un “don” (o “carisma”, en griego) no se refiere sólo a las gracias con las que Dios enriquece a los que tienen que gobernar la Iglesia. Tampoco se refiere únicamente a esos dones extraordinarios que Él se reserva para enviar directamente a algún fiel, para el bien de todos, cuando considera que hay que poner remedio en la Iglesia a situaciones excepcionales o a peligros graves, para los que no bastan las instituciones eclesiásticas; por ejemplo: la sabiduría, la ciencia, el don de hacer milagros, el de hablar lenguas, el carisma de s
uscitar una nueva espiritualidad en la Iglesia, y otros.
Por dones o carismas no se entienden sólo éstos, sino también otros más sencillos que muchas personas poseen y que se notan por el bien que hacen. El Espíritu Santo es el que obra.
Además, podemos llamar también dones o carismas a los talentos naturales. Cada uno tiene los suyos. También tú.
¿Cómo tienes que usarlos? Hay que pensar cómo hacerlos fructificar, pues te han sido dados no sólo para ti, sino para el bien de todos.
«Que cada uno ponga al servicio de los demás los dones que haya recibido, como buenos administradores de las diversas gracias de Dios»
La variedad de dones es inmensa. Cada uno tiene el suyo y, por tanto, tiene su función específica en la comunidad.
¿Y qué me dices de ti? ¿Tienes algún título? ¿No has pensado nunca en poner a disposición de los demás algunas horas a la semana para enseñar al que no sabe, o al que no tiene medios para estudiar?
¿Tienes un corazón especialmente generoso? ¿No has pensado nunca en movilizar es
as fuerzas que aún quedan sanas en la sociedad, a favor de la gente pobre o marginada, y restablecer en el corazón de muchos el sentido de la dignidad del hombre?
[.
¿Tienes cualidades especiales para consolar? ¿O, tal vez, para llevar una casa, para cocinar, para confeccionar con poca cosa ropa útil, o para los trabajos manuales? Mira a tu alrededor para ver quien tiene necesidad de ti.
Siento una gran pena cuando veo que hay unos que buscan y otros que enseñan cómo llenar el tiempo libre. Nosotros cristianos no podemos tener tiempo libre mientras haya en la tierra un enfermo, un hambriento, un encarcelado, un ignorante, uno que tenga dudas, alguien que esté triste, un drogadicto, [...] un huérfano, una viuda.
¿Y no te parece, también, que la oración es un don formidable que debemos usar, ya que en todo momento podemos dirigirnos a Dios que está presente en todas partes?
«Que cada uno ponga al servicio de los demás los dones que haya recibido, como buenos administradores de las diversas gracias de Dios».
¿Te imaginas
una Iglesia en la que todos los cristianos, desde los niños hasta los adultos, hacen todo lo que pueden para poner a disposición de los demás sus dones?
El amor mutuo adquiriría tal consistencia, tal amplitud y relieve que [...] todos podrían reconocer de esto a los discípulos de Cristo. [...]
Y entonces, si el resultado es éste, ¿por qué no poner todo de tu parte para conseguirlo?