Esta Palabra forma parte de un acontecimiento sencillo y altísimo al mismo tiempo: es el encuentro entre dos gestantes, entre dos madres, cuya simbiosis espiritual y física con sus hijos es total. Ellas son sus bocas, sus sentimientos. Cuando habla María, el niño de Isabel da un salto de alegría en su vientre. Cuando habla Isabel, parece que las palabras se las pone en la boca el Precursor. Pero mientras que las primeras palabras de su himno de alabanza a María se las dirige personalmente a la madre del Señor, las últimas las dice en tercera persona: «Feliz la que ha creído».
Así su «afirmación adquiere carácter de verdad universal. La bienaventuranza es válida para todos los creyentes; concierne a los que acogen la Palabra de Dios y la ponen en práctica, que encuentran en María el modelo ideal».
«Feliz la que ha creído que el Señor cumplirá las promesas que le ha hecho».
Es la primera bienaventuranza del Evangelio que atañe a María, pero también a todos aquellos que la quieren seguir e imitar.
En María se da un estrecho vínculo entre fe y maternidad como consecuencia de escuchar la Palabra. Y aquí S. Lucas nos sugiere algo que nos concierne también a nosotros. Más adelante en su Evangelio Jesús dice: «Mi madre y mis hermanos son aquellos que escuchan la Palabra de Dios y la cumplen».
Movida por el Espíritu Santo, Isabel casi anticipa estas palabras y nos anuncia que todo discípulo puede ser «madre» del Señor. La condición es que crea en la Palabra de Dios y la viva.
«Feliz la que ha creído que el Señor cumplirá las promesas que le ha hecho».
Después de Jesús, María es la que mejor y más perfectamente ha sabido decir «sí» a Dios. Su santidad y su grandeza consiste sobre todo en esto. Y si Jesús es el Verbo, la Palabra encarnada, María, por su fe en la Palabra, es la Palabra vivida, pero es una criatura como nosotros, igual que nosotros.
La función de María como madre de Dios es excelsa y grandiosa. Pero Dios no llama sólo a la Virgen a engendrar a Cristo. Si bien de otro modo, todo cristiano tiene una misión similar: encarnar a Cristo hasta poder repetir como S. Pablo: «No vivo yo, sino que es Cristo quien vive en mí».
Pero ¿cómo llevar a cabo esto?
Teniendo la misma actitud que María con respecto a la Palabra de Dios, es decir, de disponibilidad total. O sea, creer como María que se realizarán todas las promesas contenidas en la Palabra de Jesús y, si es necesario, asumir como ella el que a veces parezca absurdo vivir su Palabra.
Al que cree en la Palabra le suceden cosas pequeñas y grandes, pero siempre maravillosas. Se podrían llenar libros con hechos que lo prueban.
¿Quién puede olvidar cuando, en plena guerra, creyendo en las Palabras de Jesús «pedid y se os dará», pedíamos todo lo que necesitaban tantos pobres de la ciudad y veíamos llegar sacos de harina, cajas de leche, de mermelada, leña, ropa?
Hoy también sucede lo mismo: «Dad y se os dará». Y aunque se vacían regularmente, los almacenes de la caridad están siempre llenos.
Pero lo que causa mayor impresión es comprobar que las palabras de Jesús son verdaderas siempre y en todas partes. Y la ayuda de Dios llega puntualmente incluso en circunstancias imposibles y en los puntos más aislados de la tierra, como le sucedió hace poco a una madre que vive en extrema pobreza. Un día se sintió impulsada a dar el poco dinero que le quedaba a una persona más pobre que ella. Creía en el «dad y se os dará» del Evangelio y sentía una gran paz en el alma. Poco después llegó su hija más pequeña y le enseñó un regalo que le acababa de dar un pariente anciano que había pasado por allí casualmente. En su manita llevaba el dinero multiplicado.
Una «pequeña» experiencia como ésta nos empuja a creer en el Evangelio, y todos podemos sentir la alegría, la bienaventuranza que se deriva del ver que las promesas de Jesús se cumplen.
Cuando, en la vida diaria, nos encontremos con la Palabra de Dios al leer las Sagradas Escrituras, abramos el corazón a la escucha, teniendo fe en que se realizará lo que Jesús nos pide y promete. Como María y como esa madre, no tardaremos en descubrir que Él mantiene sus promesas.
Así su «afirmación adquiere carácter de verdad universal. La bienaventuranza es válida para todos los creyentes; concierne a los que acogen la Palabra de Dios y la ponen en práctica, que encuentran en María el modelo ideal».
«Feliz la que ha creído que el Señor cumplirá las promesas que le ha hecho».
Es la primera bienaventuranza del Evangelio que atañe a María, pero también a todos aquellos que la quieren seguir e imitar.
En María se da un estrecho vínculo entre fe y maternidad como consecuencia de escuchar la Palabra. Y aquí S. Lucas nos sugiere algo que nos concierne también a nosotros. Más adelante en su Evangelio Jesús dice: «Mi madre y mis hermanos son aquellos que escuchan la Palabra de Dios y la cumplen».
Movida por el Espíritu Santo, Isabel casi anticipa estas palabras y nos anuncia que todo discípulo puede ser «madre» del Señor. La condición es que crea en la Palabra de Dios y la viva.
«Feliz la que ha creído que el Señor cumplirá las promesas que le ha hecho».
Después de Jesús, María es la que mejor y más perfectamente ha sabido decir «sí» a Dios. Su santidad y su grandeza consiste sobre todo en esto. Y si Jesús es el Verbo, la Palabra encarnada, María, por su fe en la Palabra, es la Palabra vivida, pero es una criatura como nosotros, igual que nosotros.
La función de María como madre de Dios es excelsa y grandiosa. Pero Dios no llama sólo a la Virgen a engendrar a Cristo. Si bien de otro modo, todo cristiano tiene una misión similar: encarnar a Cristo hasta poder repetir como S. Pablo: «No vivo yo, sino que es Cristo quien vive en mí».
Pero ¿cómo llevar a cabo esto?
Teniendo la misma actitud que María con respecto a la Palabra de Dios, es decir, de disponibilidad total. O sea, creer como María que se realizarán todas las promesas contenidas en la Palabra de Jesús y, si es necesario, asumir como ella el que a veces parezca absurdo vivir su Palabra.
Al que cree en la Palabra le suceden cosas pequeñas y grandes, pero siempre maravillosas. Se podrían llenar libros con hechos que lo prueban.
¿Quién puede olvidar cuando, en plena guerra, creyendo en las Palabras de Jesús «pedid y se os dará», pedíamos todo lo que necesitaban tantos pobres de la ciudad y veíamos llegar sacos de harina, cajas de leche, de mermelada, leña, ropa?
Hoy también sucede lo mismo: «Dad y se os dará». Y aunque se vacían regularmente, los almacenes de la caridad están siempre llenos.
Pero lo que causa mayor impresión es comprobar que las palabras de Jesús son verdaderas siempre y en todas partes. Y la ayuda de Dios llega puntualmente incluso en circunstancias imposibles y en los puntos más aislados de la tierra, como le sucedió hace poco a una madre que vive en extrema pobreza. Un día se sintió impulsada a dar el poco dinero que le quedaba a una persona más pobre que ella. Creía en el «dad y se os dará» del Evangelio y sentía una gran paz en el alma. Poco después llegó su hija más pequeña y le enseñó un regalo que le acababa de dar un pariente anciano que había pasado por allí casualmente. En su manita llevaba el dinero multiplicado.
Una «pequeña» experiencia como ésta nos empuja a creer en el Evangelio, y todos podemos sentir la alegría, la bienaventuranza que se deriva del ver que las promesas de Jesús se cumplen.
Cuando, en la vida diaria, nos encontremos con la Palabra de Dios al leer las Sagradas Escrituras, abramos el corazón a la escucha, teniendo fe en que se realizará lo que Jesús nos pide y promete. Como María y como esa madre, no tardaremos en descubrir que Él mantiene sus promesas.
Chiara Lubich
Para consultar Palabras de Vida anteriores lo puede hacer en la página web de la Editorial Ciudad Nueva: Ciudad Nueva / Palabras de Vida, donde también encontrará versiones adaptadas para los más pequeños de la casa o para jóvenes en formato word.