«¡Habéis resucitado con Cristo! Orientad, pues, vuestra vida hacia el cielo, donde está Cristo sentado junto a Dios» (CoI. 3, 1).
«¡Habéis resucitado con Cristo! Orientad, pues, vuestra vida hacia el cielo, donde está Cristo sentado junto a Dios».
Estas palabras que San Pablo dirige a la comunidad de los colosenses nos dicen que existe un mundo en el que reina el amor verdadero, la comunión plena, la justicia, la paz, la santidad, la alegría; un mundo donde el pecado y la corrupción ya no pueden entrar; un mundo donde la voluntad del Padre se cumple perfectamente. Es el mundo al que pertenece Jesús. Es el mundo que Él, pasando a través de la dura prueba de la pasión, nos abrió de par en par con su resurrección.
«¡Habéis resucitado con Cristo! Orientad, pues, vuestra vida hacia el cielo, donde está Cristo sentado junto a Dios». «¡Habéis resucitado con Cristo! Orientad, pues, vuestra vida hacia el cielo, donde está Cristo sentado junto a Dios».
Estas palabras que San Pablo dirige a la comunidad de los colosenses nos dicen que existe un mundo en el que reina el amor verdadero, la comunión plena, la justicia, la paz, la santidad, la alegría; un mundo donde el pecado y la corrupción ya no pueden entrar; un mundo donde la voluntad del Padre se cumple perfectamente. Es el mundo al que pertenece Jesús. Es el mundo que Él, pasando a través de la dura prueba de la pasión, nos abrió de par en par con su resurrección.
Nosotros no es que estemos llamados a este mundo de Cristo -dice San Pablo-, sino que ya pertenecemos a él. La fe nos dice que mediante el bautismo nos incorporamos a Cristo y, por consiguiente, participamos en su vida, en sus dones, en su herencia, en su victoria sobre el pecado y sobre las fuerzas del mal, pues hemos resucitado con Él.
Pero, a diferencia de las almas santas que ya han alcanzado la meta, nuestra pertenencia a este mundo de Cristo no es plena ni está completamente desvelada; sobre todo, no es estable ni definitiva. Mientras estemos en esta tierra estamos expuestos a mil peligros, dificultades y tentaciones que pueden hacernos vacilar, pueden frenarnos en el camino e incluso desviarnos hacia falsas metas.
Pero, a diferencia de las almas santas que ya han alcanzado la meta, nuestra pertenencia a este mundo de Cristo no es plena ni está completamente desvelada; sobre todo, no es estable ni definitiva. Mientras estemos en esta tierra estamos expuestos a mil peligros, dificultades y tentaciones que pueden hacernos vacilar, pueden frenarnos en el camino e incluso desviarnos hacia falsas metas.
«¡Habéis resucitado con Cristo! Orientad, pues, vuestra vida hacia el cielo, donde está Cristo sentado junto a Dios».
Se comprende, pues, la exhortación del apóstol: «Orientad, pues, vuestra vida hacia el cielo». Tratad de salir de este mundo no ya materialmente, sino espiritualmente; abandonad las reglas y las pasiones del mundo para dejaros guiar en todas la situaciones por los pensamientos y sentimientos de Jesús. Pues «la vida del cielo» nos remite a las leyes del cielo, la ley del Reino de los Cielos, que Jesús trajo a la tierra y quiere que apliquemos ya desde ahora.
«¡Habéis resucitado con Cristo! Orientad, pues, vuestra vida hacia el cielo, donde está Cristo sentado junto a Dios».
¿Cómo vivir, pues, esta Palabra de vida? Ésta nos estimula a no contentarnos con una vida mediocre, a base de medias tintas y de componendas, sino a adecuarla, con la gracia de Dios, a la ley de Cristo.
Nos impulsa a vivir y a comprometernos en nuestro entorno, a dar testimonio de los valores que Jesús trajo a la tierra, como pueden ser el espíritu de concordia y de paz, de servicio a los hermanos, de comprensión y perdón, honestidad, justicia, integridad en nuestro trabajo, fidelidad, pureza, respeto a la vida, etc.
Como vemos, se trata de un proyecto tan amplio como la vida. Pero, para no quedarnos en vaguedades, pongamos en práctica este mes esa ley de Jesús que en cierto modo resume todas las demás: pongámonos al servicio de cada hermano viendo en él a Cristo. Por otra parte, ¿no es esto lo que se nos pedirá al final de nuestra existencia?
Nos impulsa a vivir y a comprometernos en nuestro entorno, a dar testimonio de los valores que Jesús trajo a la tierra, como pueden ser el espíritu de concordia y de paz, de servicio a los hermanos, de comprensión y perdón, honestidad, justicia, integridad en nuestro trabajo, fidelidad, pureza, respeto a la vida, etc.
Como vemos, se trata de un proyecto tan amplio como la vida. Pero, para no quedarnos en vaguedades, pongamos en práctica este mes esa ley de Jesús que en cierto modo resume todas las demás: pongámonos al servicio de cada hermano viendo en él a Cristo. Por otra parte, ¿no es esto lo que se nos pedirá al final de nuestra existencia?
Chiara Lubich
1 comentario:
Como en años pasados, del 18 al 25 de enero se celebra en muchos lugares del mundo la «Semana de oración por la unidad de los cristianos», que en otros sitios tiene lugar en Pentecostés.
El lema para la «Semana de oración» de 2012, tomado de la carta de San Pablo a los corintios, es: «Todos seremos transformados por la victoria de nuestro Señor Jesucristo» (cf. 1 Co 15, 51-58).
Proponemos como Palabra de vida de este mes un texto de Chiara que comenta Colosenses 3, 1, que a nuestro parecer guarda relación con el lema elegido.
Publicar un comentario