“Queridos esposos, queridos padres, la comunión del hombre y la mujer en
el matrimonio, como sabéis, responde a las exigencias propias de la naturaleza
humana y es, a la vez, reflejo de la bondad divina, que se manifiesta como
paternidad y maternidad. La gracia sacramental del bautismo y de la
confirmación, así como del matrimonio, ha derramado una ola fresca y poderosa
de amor sobrenatural en vuestro corazón. Es un amor que brota del interior de
la Trinidad, de la que la familia humana es imagen elocuente y viva.
Se trata de una realidad sobrenatural que os ayuda a santificar
las alegrías, afrontar las dificultades y los sufrimientos, a superar las
crisis y los momentos de cansancio; en una palabra, es para vosotros manantial
de santificación y fuerza para la entrega.
Esa gracia aumenta con la oración constante y sobre todo con la
participación en los sacramentos de la reconciliación y de la Eucaristía.
Con la fuerza de ese auxilio sobrenatural, estad dispuestas,
queridas familias, a dar testimonio de la esperanza que hay en vosotras (cf. 1
P 3, 15).
Que vuestro testimonio sea siempre un testimonio de acogida, de
entrega y de generosidad. Conservad, ayudad, promoved la vida de toda persona,
especialmente de los débiles, enfermos o minusválidos; testimoniad y sembrad a
manos llenas el amor a la vida. Sed artífices de la cultura de la vida y de la
civilización del amor.
En la Iglesia y en la sociedad ha llegado la hora de la familia,
que está llamada a desempeñar un papel de protagonista en la tarea de la nueva
evangelización. Del interior de las familias, entregadas a la oración, al
apostolado y a la vida eclesial, surgirán vocaciones auténticas no sólo para la
formación de otras familias, sino también para la vida de consagración
especial, cuya belleza y misión está explicando precisamente en estos días la
Asamblea sinodal”.
Del discurso del Santo Padre Juan
Pablo II a las familias y peregrinos en la Plaza de San Pedro el 8 de octubre
de 1994.
Para ir al texto original pinchar
en el enlace: DISCURSO AL I EMF
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