viernes, 30 de octubre de 2015

FRASE DEL PAPA FRANCISCO SOBRE LA FAMILIA


ME QUEDA ALGO QUE DAR.

Gibi y Wdoble de Walter Koster
“Compartamos todo”
[...] Bastará una pequeña, rápida “conversión” del camino para salir de la cerrazón de nuestro yo y abrirnos a Dios, para experimentar otra vida, la verdadera.
Si después podemos compartir esta experiencia con alguna persona amiga, que haya hecho también del Evangelio el propio código de vida, veremos brotar o reflorecer a nuestro alrededor la comunidad cristiana. [...]

CHIARA LUBICH

CARDENAL OUELLET: UNA SOCIEDAD QUE RESPETA A LA FAMILIA ES UNA BUENA NOTICIA UNIVERSAL.

FUENTE ACIPRENSA
El Cardenal Marc Ouellet, Prefecto para la Congregación de los Obispos y Presidente de la Pontificia Comisión para América Latina, mostró su satisfacción a ACI Prensa por el resultado final del Sínodo de la Familia. En su opinión, una sociedad que respeta la familia es una buena noticia universal.
El responsable del departamento encargado de la selección de los nuevos obispos en todo el mundo antes de la aprobación papal, manifestó que “toda familia en la que se cultiva la unidad, los lazos con las otras familias y que también se preocupa por una sociedad que respeta la familia es una buena noticia universal, y para cada sociedad”. “Eso para mí es un mensaje muy positivo y muy necesario en nuestros días”.
El Purpurado explicó que “estoy muy contento del final del Sínodo, de su resultado, y de todo el camino realizado”. Por eso “estoy agradecido al Señor”.
El Cardenal se refirió así al texto final aprobado por los padres sinodales en la tarde del sábado 24 de octubre, después de ser sometido a votación punto por punto y de ser entregado al Papa Francisco, quien podría tomarlo como base para una exhortación apostólica u otro tipo de documento en los próximos meses.
“He hablado con algunos padres sinodales y creo que es un sentimiento compartido por todos. He sentido que existe satisfacción por el resultado obtenido”, aseguró el Cardenal.
El Purpurado explicó que “todos los puntos del documento han sido confirmados por los dos tercios (que se requerían para ser aprobados), lo que es algo extraordinario”.
Sobre el Sínodo señala que ahora existe “una comunión profunda”, lo que se traduce en “un signo positivo”. “Quiere decir que se hizo un trabajo en el Espíritu Santo con docilidad y parresía de cada uno para decir lo que pensaba”.
Respecto al discurso que el Santo Padre realizó en la asamblea sinodal luego de aprobarse el documento final, el Cardenal Ouellet explica que “el Santo Padre es siempre muy incisivo y nos da las pautas necesarias, incluso ha indicado algún tema que quizás vuelva a la discusión más adelante”.
El Papa “habló por ejemplo de la inculturación” y “de cara al futuro creo que debemos pensar cómo armonizar lo que los obispos van a tomar como iniciativa en este campo y en otros y la comunión universal del episcopado”, dijo al reafirmar que la Iglesia es católica y por tanto universal.
En definitiva, “hay que llevar adelante una reflexión sobre esto para asegurar que permanecemos en la misma Iglesia”.
Para el Cardenal, el Sínodo ha sido un “acontecimiento del Espíritu Santo y de creatividad pastoral de los obispos, un testimonio de la belleza del matrimonio y la familia. Un testimonio de que esta institución no solo está en el corazón de la Iglesia, sino que está en el centro de su misión y es sujeto evangelizador”.
“Esta idea hay que desarrollarla mucho y es una buena noticia para la familia”, añadió.

MONSEÑOR ICETA, EN LA CONCLUSIÓN DEL SÍNODO: «MUÉSTRANOS LO QUE TÚ QUIERES».

El obispo de Bilbao, Mario Iceta Gavicagogeascoa ha pronunciado la última meditación ante los padres sinodales que participan en la XIV Asamblea General Ordinaria del Sínodo sobre la Familia que se clausuró la mañana del domingo con la solemne misa celebrada por el Santo Padre en la Basílica de San Pedro

FUENTE ALFA Y OMEGA.
«Vamos concluyendo el trabajo sinodal como una experiencia de gracia, de comunión, de colegialidad y de servicio –dijo el obispo de Bilbao–. Hemos pedido el don del Espíritu Santo y hemos querido que sea Él quien guíe nuestra labor. El Santo Padre afirmo al comienzo de este acontecimiento que «el Sínodo podrá ser un espacio de la acción del Espíritu Santo sólo si nos revestimos de coraje apostólico, de humildad evangélica y de oración confiada». Por eso, ante las decisiones que en el ejercicio del ministerio episcopal hemos de tomar, viene a mi memoria el pasaje de la elección de Matías para ser integrado en el colegio apostólico: «Entonces oraron así: Tú, Señor, que conoces los corazones de todos, muéstranos a cuál de estos dos has elegido. Este es nuestro método: muéstranos lo que Tu quieres, haznos conocer tu voluntad. Sumidos en la oración, pedir a Dios que nos muestre sus caminos, que nos haga ver cuál es su designio y no el mío propio, y cuáles son los caminos que hemos de recorrer para acompañar a las familias en la fidelidad a la vocación a la que han sido llamadas».

«Junto a la oración –continuó monseñor Iceta– se nos recordaba la necesidad de la humildad evangélica para conocer la voluntad de Dios: Te doy gracias Padre, Señor de cielo y tierra, porque has escondido estas cosas a los sabios y entendidos y se lo has revelado a la gente sencilla… Como afirma el libro de los Proverbios, la arrogancia acarrea la deshonra; pero por la humildad se accede a la sabiduría… Y santa Teresa de Ávila, cuyo quinto centenario de nacimiento acabamos de celebrar nos dirá sabiamente: Andar en humildad es andar en verdad».

«Esta vida orante, esta humildad evangélica, nos permitirá actuar con coraje apostólico, la parresia de la que nos habla san Pablo, puestos los ojos en Cristo y por amor a Él sirviendo a las familias de este mundo, iluminando su caminar con la Palabra de Dios y la Tradición viva de la Iglesia, sosteniéndola y acompañándola en sus gozos y tristezas, para que vivan en plenitud la alianza de amor que disipa la oscuridad, vence la soledad y el individualismo, recrea la humanidad, genera vida y esperanza, acoge y sana lo que parece perdido, construye la Iglesia y el mundo», afirmó el presidente de la Subcomisión de Familia de la Conferencia Episcopal Española, quien concluyó invocando la intercesión de la Virgen María: «Las madres son las que transforman la casa en un hogar. Ella hace que la Iglesia no sólo sea Templo, sino también hogar, lugar cálido, familiar, de acogida y misericordia. A Ella acudimos esta mañana. Es la Esposa del Espíritu Santo, que la hizo concebir de modo virginal. Bajo su protección nos acogemos esta mañana. En Ella aprendemos a acoger el don de Dios, el Santo Espíritu, la Persona Amor, que nos ilumine y nos asista en la tarea que hoy se nos ha encomendado».

LA FAMILIA, LA "ESCUELA DE BELLAS ARTES MÁS IMPORTANTE".

Carta pastoral del arzobispo de Madrid, Mons. Carlos Osoro Sierra. 'Merece la pena encender la luz que nos ha entregado Jesucristo en medio del mundo'
“La familia, la "escuela de Bellas Artes más importante"” es el título de la carta semanal del arzobispo de Madrid, Mons. Carlos Osoro Sierra, quien hace balance del reciente Sínodo de los Obispos dedicado a la familia. A continuación, publicamos el texto íntegro de la misma:
FUENTE ZENIT
Deseo compartir con vosotros lo que durante tres semanas he vivido, del 4 al 25 de octubre. Han sido días de gracia junto a obispos venidos de todas las partes de la tierra, llamados a reflexionar con el Papa Francisco en la XIV Asamblea General Ordinaria del Sínodo de los Obispos sobre la vocación y misión de la familia en la Iglesia y en el mundo contemporáneo. Merece la pena encender la luz que nos ha entregado Jesucristo en medio del mundo, y muy en concreto en medio de las familias, para disipar toda clase de oscuridad, teniendo la seguridad de que se pueden vencer las tinieblas por muy fuertes y cerradas que fueren.
Porque la familia cristiana es la «escuela de Bellas Artes más importante». La familia es la primera escuela de humanidad, es la estructura vital de la sociedad. Así se ha manifestado en todas las épocas y en todas las culturas, es el fundamento de la sociedad. La familia fundada en el matrimonio entre hombre y mujer, comunidad de vida y de amor, tiene cuatro cometidos: forma una comunidad de personas, que asumen el compromiso de servir a la vida, que participan en el desarrollo de la sociedad y que asumen con todas las consecuencias la vida y misión de la Iglesia. Como nos recordaba san Juan Pablo II, «la familia recibe la misión de custodiar, revelar y comunicar el amor, como reflejo vivo y participación real del amor de Dios por la humanidad y del amor de Cristo Señor por la Iglesia su esposa» (FC 17b).
En la familia aprendemos y se diseña nuestra persona, en la grandeza que Dios ha puesto en nuestra vida y que se ha manifestado con plenitud en Jesucristo. Con gran alegría os puedo decir que los cristianos no podemos encerrarnos por cálculos humanos que nos suelen traer tentaciones que nos echan para atrás, que nos encierran en intereses personales, que nos producen miedos para salir al camino en nombre de una prudencia mal entendida o de realismos que son mentira; acojamos la realidad como es e intentemos acercar esa luz que nos impele a salir, a regresar a donde el Señor nos ha mandado: «id por el mundo y anunciad el Evangelio», marchad y sed testigos del amor de Dios por el hombre. Es así como el mundo creerá.
¡Qué valor tiene descubrir esta escuela de Bellas Artes que es la familia cristiana! Tiene su lugar en la vida escondida y ordinaria, con alegrías y también con penas, donde se va entretejiendo con paciencia, respeto a todos, humildad, servicio y vida de fraternidad; desde y en la memoria que respira la unión de generaciones que nos hacen ir lejos y cerca, en la gratuidad y solidaridad, en el perdón mutuo, en la proximidad del amor concreto de los unos con los otros, de padres e hijos y abuelos; en la responsabilidad de sabernos custodios los unos de los otros, siendo el otro siempre un don aunque marche por caminos diferentes. Ahí la Iglesia doméstica se convierte en casa abierta, acogedora, accesible, que entrega siempre esperanza y curación, que ilumina, que indica metas y que hace percibir el amor misericordioso de Dios.
Os aseguro que estas tres semanas han sido para mí una gracia inmensa de Dios en mi ministerio episcopal, que me ha impulsado a dar con más fuerza la vida. He vivido con mucha fuerza cómo la Iglesia es familia de familias, algo que se visibiliza a través de comunidades concretas como la parroquia: niños, jóvenes, matrimonios, adultos, ancianos, sanos y enfermos, pobres y ricos. Nadie se siente solo, todos se sienten comprendidos y escuchados. La cultura del descarte no tiene sitio. ¡Qué bello es el sueño de Dios! Y lo es porque es un sueño real: el matrimonio y la familia no son una utopía, son una realidad, ya que sin ellos el ser humano estaría abocado a la soledad más grande y angustiosa. Hay una atracción y fascinación de todo ser humano por el amor auténtico, sólido, fecundo, fiel, perpetuo. Siempre me han impresionado aquellas palabras de san Juan Pablo II, y mucho más en estos días vividos en el Sínodo: «El error y el mal deben ser condenados y combatidos constantemente; pero el hombre que cae o se equivoca debe ser comprendido y amado, [...] nosotros debemos amar nuestro tiempo y ayudar al hombre de nuestro tiempo» (Discurso a la Acción Católica italiana, 30-XII-1978). Y por eso tenemos que hacer nuestro el compromiso que el Papa Francisco ha querido que asumiese este Sínodo: buscar al ser humano que vive en la familia donde esté, ir al encuentro de la familia en su situación real, acogerla y acompañarla, porque nunca los discípulos de Jesús nos avergonzamos de llamar a quien nos encontremos en el camino, en la situación que fuere, hermano.
Si tuviera que resumir cuáles fueron las experiencias que más huella me han dejado, las que más han calado en mi vida en estos días, os diría con toda verdad que estas cinco:
1) La experiencia eclesial que ha alcanzado lo más profundo de mi vida: una Iglesia en marcha, que camina con los hombres, que se mantiene donde el Señor la puso, en medio del mundo y en todos los caminos y situaciones de los hombres.
2) La experiencia de libertad para poder decir en la familia eclesial lo que vemos de la familia en los diversos lugares del mundo en los que anunciamos el Evangelio, lo que nos preocupa. Y esto dicho sin miedos a ser mal interpretados, con toda verdad, expresando los motivos de nuestra visión, así como el juicio que hacemos sobre los mismos y las actuaciones a las que nos mueven.
3) La experiencia de fraternidad que nos hace experimentar que hemos de ir juntos, que fieles a la naturaleza de la Iglesia, que es madre, tenemos el deber de buscar y curar con la acogida y la misericordia, abriendo puertas, no juzgando, saliendo del propio recinto hacia quienes piden ayuda y apoyo o a quienes, aunque no lo pidan, se los prestamos; defendiendo los valores que son fundamentales, sin olvidar que «el sábado se hizo para el hombre y no el hombre para el sábado» y que «no necesitan médico los sanos, sino los enfermos, no he venido a llamar a los justos sino a los pecadores».
4) La experiencia de la verdad y la belleza de la familia, como Iglesia doméstica que es comunidad de personas y que crece cada día más en esa comunión que refleja el misterio del amor de la Santísima Trinidad, que sirve a la vida y participa en la misión de la Iglesia.
5) La experiencia viva y fuerte de la acción del Espíritu Santo; caminando juntos con espíritu de colegialidad y sinodalidad como Iglesia, hemos sabido leer la realidad con los ojos de la fe y con el corazón de Dios, descubriendo en el depósito de la fe una fuente viva en la que nos saciamos para iluminar y donde nos hemos dejado conducir por Él.
Con gran afecto, os bendice:
Carlos, arzobispo de Madrid

jueves, 29 de octubre de 2015

UNO MAS UNO HACEN MUCHOS.

A veces las matemáticas fallan y lo que parece claro deja de serlo y cuando entras en la lógica de Dios aún más.
¿Qué es más, 1 o 99?
¿Quién deja por una oveja a las otras noventa y nueve?
El Buen Pastor.
Y es que, la lógica del Amor, es otra.

La idea no es nuestra, es del Cardenal Francois-Xavier Nguyen van Thuan y la hemos leído en su libro “Testigos de Esperanza”. Nos encanta esa manera de presentar a Jesús, como aquel que ama contra toda lógica humana. Dice en ese mismo capítulo “Jesús actúa siempre por amor. Del hogar de la Trinidad él nos ha traído un amor grande, infinito, divino, un amor que llega -como dicen los Padres- a la locura y pone en crisis nuestras medidas humanas”

Ese es el amor que las familias tenemos que testimoniar, con la ayuda de Dios, y es lo que desde este blog queremos invitaros a hacer: a crear una realidad viva y dinámica de familias que crean en el amor, y que quieran cantar junto a otras familias las maravillas de Dios.

Solo con ese convencimiento vital de que Dios nos ama inmensamente, se puede realmente crecer en la familia, y no por nuestro esfuerzo, sino por esa presencia real de Jesús en medio de nuestas familias.

martes, 27 de octubre de 2015

DECÁLOGO DEL MATRIMONIO

Decálogo del matrimonio basado en los escritos de San Antonio Mª Claret

Tened en cuenta que la familia debe ser un hogar en el que crezcan las buenas plantas del cariño, la alegría y la oración…

Cuidad con esmero que “marche” bien vuestro matrimonio; los hijos, tarde o temprano, “funcionarán” mejor.

Vivid en vuestro matrimonio el testimonio de los Hijos de Dios; así ayudaréis en el estímulo y en el ejemplo.

No os olvidéis de dialogar mucho en familia; el diálogo confiado os llevará a vivir en la sencillez y en la comprensión.

Gastad muchas horas en estar con los hijos; no creáis que perdéis el tiempo, muy al contrario lo ganáis.

Sed colaboradores –desde la escuela y la familia- en eso tan importante de educar a vuestros hijos. Estad presentes en la escuela y no abandonéis nunca a la familia.

Sabed que el amor en familia es fundamental y representa el amor de Jesús a su Iglesia. 

Procurad como padres, no estar airados cuando corrijáis a vuestros hijos; sed pacientes y no andéis siempre con el grito en el cielo y el palo levantado.

Convenceos de que la Educación en la Fe –en la infancia, adolescencia y juventudes indispensable para la formación humana y religiosa de vuestros hijos.

Tratad de que vuestra familia sea como un barco que, a pesar de las tormentas, la brújula marcará, invariablemente, el puerto del amor, de la tolerancia, de la colaboración…

ESTOS DIEZ PUNTOS SE RESUMEN EN DOS:

Vive tu matrimonio cristiano con amor y alegría.

• No olvides que a tus hijos también los tienes que educar en la escuela del amor.

Fuente: Blog de ENS Granada

lunes, 26 de octubre de 2015

FRASE DEL PAPA FRANCISCO SOBRE LA FAMILIA


TEXTO COMPLETO DE LA HOMILIA DE LA MISA DE CLAUSURA DEL SINODO DE LA FAMILIA.

"Las tres lecturas de este domingo nos presentan la compasión de Dios, su paternidad, que se revela definitivamente en Jesús.

El profeta Jeremías, en pleno desastre nacional, mientras el pueblo estaba deportado por los enemigos, anuncia que «el Señor ha salvado a su pueblo, ha salvado al resto de Israel» (31, 7). Y ¿por qué lo hizo? Porque él es Padre (cf. v. 9); y como el Padre cuida de sus hijos, los acompaña en el camino, sostiene a los «ciegos y cojos, lo mismo preñadas que paridas» (31, 8). Su paternidad les abre una vía accesible, una forma de consolación después de tantas lágrimas y tantas amarguras. Si el pueblo permanece fiel, si persevera en buscar a Dios incluso en una tierra extranjera, Dios cambiará su cautiverio en libertad, su soledad en comunión: lo que hoy siembra el pueblo con lágrimas, mañana lo cosechará con la alegría (cf. Sal 125,6).

Con el Salmo, también nosotros hemos expresado la alegría, que es fruto de la salvación del Señor: «La boca se nos llenaba de risas, la lengua de cantares» (v. 2). El creyente es una persona que ha experimentado la acción salvífica de Dios en la propia vida. Y nosotros, los pastores, hemos experimentado lo que significa sembrar con fatiga, a veces llorando, alegrarnos por la gracia de una cosecha que siempre va más allá de nuestras fuerzas y de nuestras capacidades.

El pasaje de la Carta a los Hebreos nos ha presentado la compasión de Jesús. También él «está envuelto en debilidades» (5, 2), para sentir compasión por quienes yacen en la ignorancia y en el error. Jesús es el Sumo Sacerdote grande, santo, inocente, pero al mismo tiempo es el Sumo Sacerdote que ha compartido nuestras debilidades y ha sido puesto a prueba en todo como nosotros, menos en el pecado (cf. 4, 15). Por eso es el mediador de la nueva y definitiva alianza que nos da la salvación.

El Evangelio de hoy se conecta directamente con la primera Lectura: así como el pueblo de Israel fue liberado gracias a la paternidad de Dios, también Bartimeo fue liberado gracias a la compasión de Jesús que acababa de salir de Jericó. A pesar de que apenas había emprendido el camino más importante, el que va hacia Jerusalén, se detiene para responder al grito de Bartimeo. Se deja interpelar por su petición, se deja implicar en su situación. No se contenta con darle limosna, sino que quiere encontrarlo personalmente. No le da indicaciones ni respuestas, pero hace una pregunta: «¿Qué quieres que haga por ti»? (Mc 10, 51). Podría parecer una petición inútil: ¿Qué puede desear un ciego si no es la vista? Sin embargo, con esta pregunta, hecha «de tú a tú», directa pero respetuosa, Jesús muestra que desea escuchar nuestras necesidades. Quiere un coloquio con cada uno de nosotros sobre la vida, las situaciones reales, que no excluya nada ante Dios. Después de la curación, el Señor dice a aquel hombre: «Tu fe te ha salvado» (v. 52). Es hermoso ver cómo Cristo admira la fe de Bartimeo, confiando en él. Él cree en nosotros, más de lo que creemos en nosotros mismos.

Hay un detalle interesante. Jesús pide a sus discípulos que vayan y llamen a Bartimeo. Ellos se dirigen al ciego con dos expresiones, que sólo Jesús utiliza en el resto del Evangelio. Primero le dicen: «¡Ánimo!», una palabra que literalmente significa «ten confianza, anímate». En efecto, sólo el encuentro con Jesús da al hombre la fuerza para afrontar las situaciones más graves. La segunda expresión es «¡levántate!», como Jesús había dicho a tantos enfermos, llevándolos de la mano y curándolos. Los suyos no hacen más que repetir las palabras de aliento y liberación de Jesús, guiando hacia él directamente, sin sermones. Los discípulos de Jesús están llamados a esto, también hoy, especialmente hoy: a poner al hombre en contacto con la misericordia compasiva que salva. Cuando el grito de la humanidad, como el de Bartimeo, se repite aún más fuerte, no hay otra respuesta que hacer nuestras las palabras de Jesús y sobre todo imitar su corazón. Las situaciones de miseria y de conflicto son para Dios ocasiones de misericordia. Hoy es tiempo de misericordia.

Pero hay algunas tentaciones para los que siguen a Jesús. El Evangelio destaca al menos dos. Ninguno de los discípulos se para, como hace Jesús. Siguen caminando, van adelante como si nada hubiera sucedido. Si Bartimeo era ciego, ellos son sordos: aquel problema no es problema suyo. Este puede ser nuestro riesgo: ante continuos apuros, es mejor seguir adelante, sin preocuparse. De esta manera, estamos con Jesús como aquellos discípulos, pero no pensamos como Jesús. Se está en su grupo, pero se pierde la apertura del corazón, se pierde la maravilla, la gratitud y el entusiasmo, y se corre el peligro de convertirse en «habituales de la gracia». Podemos hablar de él y trabajar para él, pero vivir lejos de su corazón, que está orientado a quien está herido. Esta es la tentación: una «espiritualidad del espejismo»: podemos caminar a través de los desiertos de la humanidad sin ver lo que realmente es, sino lo que a nosotros nos gustaría ver; somos capaces de construir visiones del mundo, pero no aceptamos lo que el Señor pone delante de nuestros ojos. Una fe que no sabe radicarse en la vida de la gente permanece árida y, en lugar oasis, crea otros desiertos.

Hay una segunda tentación, la de caer en una «fe de mapa». Podemos caminar con el pueblo de Dios, pero tenemos nuestra hoja de ruta, donde entra todo: sabemos dónde ir y cuánto tiempo se tarda; todos deben respetar nuestro ritmo y cualquier inconveniente nos molesta. Corremos el riesgo de hacernos como aquellos «muchos» del Evangelio, que pierden la paciencia y reprochan a Bartimeo. Poco antes habían reprendido a los niños (cf. 10, 13), ahora al mendigo ciego: quien molesta o no tiene categoría, ha de ser excluido. Jesús, por el contrario, quiere incluir, especialmente a quien está relegado al margen y le grita. Ellos, como Bartimeo, tienen fe, porque saberse necesitados de salvación es el mejor modo para encontrar a Cristo.

Y, al final, Bartimeo se puso a seguir a Jesús en el camino (cf. v. 52). No sólo recupera la vista, sino que se une a la comunidad de los que caminan con Jesús. Queridos hermanos sinodales, hemos caminado juntos. Les doy las gracias por el camino que hemos compartido con la mirada puesta en el Señor y en los hermanos, en busca de las sendas que el Evangelio indica a nuestro tiempo para anunciar el misterio de amor de la familia. Sigamos por el camino que el Señor desea. Pidámosle a él una mirada sana y salvada, que sabe difundir luz porque recuerda el esplendor que la ha iluminado. Sin dejarnos ofuscar nunca por el pesimismo y por el pecado, busquemos y veamos la gloria de Dios que resplandece en el hombre viviente".

TRADUCCION DE ACIPRENSA.

FRANCISCO CONCLUYE EL SÍNODO CON UNA MISA SOLEMNE: 'HOY ES TIEMPO DE MISERICORDIA'.


Los discípulos de Jesús están llamados hoy a poner al hombre en contacto con la misericordia compasiva que salva
FUENTE ZENIT - Sergio Mora
El santo padre Francisco presidió este domingo la santa misa en la basílica de San Pedro, en ocasión del cierre de la XIV Asamblea General Ordinaria del Sínodo de los Obispos, sobre el tema “La vocación y la misión de la familia en la Iglesia y en el mundo contemporáneo”.
Concelebraron con el Santo Padre, solamente los miembros del Sínodo: 71 cardenales, 7 patriarcas, 72 arzobispos y 107 obispos, y contó también con la música polifónica del coro pontificio de la Capilla Sixtina.
En el XXX domingo del tiempo ordinario el Papa y los celebrantes vistieron paramentos color verde, y en una de las columnas del dosel del Bernini se encontraba el cuadro de la Sagrada Familia que encabezó diversas ceremonias durante el camino sínodal.
En su homilía el Santo Padre señaló que las tres lecturas del día hablan de la misericordia de Dios. Y tomando la parábola del ciego Bartimeo que llama al Señor gritando, indica que muchos de los apóstoles eran sordos a sus gritos, y lo consideran molesto, tratan de seguir adelante ignorándolo. En cambio Jesús se inclina, le pregunta lo que parece obvio y lo cura.
Después de curarlo, el Señor le dice al hombre: "Tu fe te ha salvado". E indica que “es hermoso ver cómo Cristo admira la fe de Bartimeo”, confiando en él. “A ésto están llamados los discípulos de Jesús, también hoy, sobre todo hoy: poner al hombre en contacto con la misericordia compasiva que salva” dijo.
Advirtió también sobre a "espiritualidad del espejismo", porque podemos sin ver lo que realmente existe, sino lo que nos gustaría ver; siendo “capaces de construir visiones del mundo, pero no aceptamos lo que el Señor pone delante de los ojos”.
Y también del peligro de caminar con el pueblo de Dios, pero teniendo nuestro programa de marcha, donde se planeó todo: sabemos a dónde ir y cuánto tiempo debe pasar; todos deben respetar nuestros ritmos y cualquier inconveniente nos perturba”.
Concluyó agradeciendo a los padres sinodales por el camino recorrido “con la mirada fija en el Señor y los hermanos, en la búsqueda de senderos que el Evangelio indica a nuestro tiempo para anunciar el misterio de amor de la familia”.
La misa concluyó con el canto de la Salve Regina, con el Papa delante del cuadro de la Sagrada Familia.

EL MEJOR PROGRAMA PARA UNA FAMILIA: AMAR.

Y tenemos el modelo: Jesús.
¿Cómo?

 
Gibi y Wdoble de Walter Kostmer

El amor es paciente, afable; no tiene envidia; no presume ni se engríe; no es mal educado ni egoísta; no se irrita; no lleva cuentas del mal; no se alegra de la injusticia, sino que goza con la verdad.
Disculpa sin límites, cree sin límites, espera sin límites, aguanta sin límites.
El amor no pasa nunca.
1ª Cor. 13, 4-8


domingo, 25 de octubre de 2015

CARTA DE UN HIJO A TODOS LOS PADRES DEL MUNDO.

CARTA DE UN HIJO A TODOS LOS PADRES DEL MUNDO.

No me des todo lo que te pido
A veces, sólo pido para ver hasta cuánto puedo coger.

No me grites
Te respeto menos cuando lo haces;
y me enseñas a gritar a mí también.
Y yo no quiero hacerlo.

Cumple las promesas, buenas o malas.
Si me prometes un premio,
dámelo; pero también si es un castigo.

No me compares con nadie, especialmente con mi hermano o mi hermana.
Si tú me haces sentirme mejor que los demás, alguien va a sufrir;
y si me haces sentirme peor que los demás, seré yo quien sufra.

No cambies de opinión tan a menudo sobre lo que se debe hacer.
Decide y mantén esa decisión.

No digas mentiras delante de mí, ni me pidas que las digo yo por ti, aunque sea para sacarte de un apuro.
Me haces sentirme mal y perder la fe en lo que me dices.

Cuando estás equivocado en algo, admítelo y crecerá la opinión que yo tengo de ti.
Así me enseñarás a admitir mis equivocaciones también.

No me digas que haga una cosa y tú no la haces.
Yo aprenderé siempre lo que tú hagas, aunque no lo digas.
Pero nunca haré lo que tú digas y no hagas.

Enséñame a amar y conocer a Dios.
Aunque en el Colegio y en la Catequesis me quieren enseñar,
de nada vale si veo que tú ni conoces ni amas a Dios.

Cuando te cuente un problema mío, no me digas “no tengo tiempo para bobadas” o “eso no tiene importancia”.
Trata de comprenderme y ayúdame.

Y quiéreme. Y dímelo.

A mí me gusta oírtelo decir,
aunque tú no creas necesario decírmelo.

FUENTE:
Juan Jáuregui
Materiales Litúrgicos y Catequéticos

DISCURSO DEL SANTO PADRE FRANCISCO EN LA CLAUSURA DE LOS TRABAJOS DE LA XIV ASAMBLEA GENERAL ORDINARIA DEL SINODO DE LOS OBISPOS.

PARA IR AL ORIGINAL.

Aula del Sínodo
Sábado 24 de octubre de 2015

Queridas Beatitudes, eminencias, excelencias,
Queridos hermanos y hermanas:

Quisiera ante todo agradecer al Señor que ha guiado nuestro camino sinodal en estos años con el Espíritu Santo, que nunca deja a la Iglesia sin su apoyo.
Agradezco de corazón al Cardenal Lorenzo Baldisseri, Secretario General del Sínodo, a Monseñor Fabio Fabene, Subsecretario, y también al Relator, el Cardenal Peter Erdő, y al Secretario especial, Monseñor Bruno Forte, a los Presidentes delegados, a los escritores, consultores, traductores y a todos los que han trabajado incansablemente y con total dedicación a la Iglesia: gracias de corazón. Y quisiera dar las gracias a la Comisión que ha redactado la Relación: algunos han pasado la noche en blanco
Agradezco a todos ustedes, queridos Padres Sinodales, delegados fraternos, auditores y auditoras, asesores, párrocos y familias por su participación activa y fructuosa.
Doy las gracias igualmente a los que han trabajado de manera anónima y en silencio, contribuyendo generosamente a los trabajos de este Sínodo.
Les aseguro mi plegaria para que el Señor los recompense con la abundancia de sus dones de gracia.
Mientras seguía los trabajos del Sínodo, me he preguntado: ¿Qué significará para la Iglesia concluir este Sínodo dedicado a la familia?
Ciertamente no significa haber concluido con todos los temas inherentes a la familia, sino que ha tratado de iluminarlos con la luz del Evangelio, de la Tradición y de la historia milenaria de la Iglesia, infundiendo en ellos el gozo de la esperanza sin caer en la cómoda repetición de lo que es indiscutible o ya se ha dicho.
Seguramente no significa que se hayan encontrado soluciones exhaustivas a todas las dificultades y dudas que desafían y amenazan a la familia, sino que se han puesto dichas dificultades y dudas a la luz de la fe, se han examinado atentamente, se han afrontado sin miedo y sin esconder la cabeza bajo tierra.
Significa haber instado a todos a comprender la importancia de la institución de la familia y del matrimonio entre un hombre y una mujer, fundado sobre la unidad y la indisolubilidad, y apreciarla como la base fundamental de la sociedad y de la vida humana.
Significa haber escuchado y hecho escuchar las voces de las familias y de los pastores de la Iglesia que han venido a Roma de todas partes del mundo trayendo sobre sus hombros las cargas y las esperanzas, la riqueza y los desafíos de las familias.
Significa haber dado prueba de la vivacidad de la Iglesia católica, que no tiene miedo de sacudir las conciencias anestesiadas o de ensuciarse las manos discutiendo animadamente y con franqueza sobre la familia.
Significa haber tratado de ver y leer la realidad o, mejor dicho, las realidades de hoy con los ojos de Dios, para encender e iluminar con la llama de la fe los corazones de los hombres, en un momento histórico de desaliento y de crisis social, económica, moral y de predominio de la negatividad.
Significa haber dado testimonio a todos de que el Evangelio sigue siendo para la Iglesia una fuente viva de eterna novedad, contra quien quiere «adoctrinarlo» en piedras muertas para lanzarlas contra los demás.
Significa haber puesto al descubierto a los corazones cerrados, que a menudo se esconden incluso detrás de las enseñanzas de la Iglesia o detrás de las buenas intenciones para sentarse en la cátedra de Moisés y juzgar, a veces con superioridad y superficialidad, los casos difíciles y las familias heridas.
Significa haber afirmado que la Iglesia es Iglesia de los pobres de espíritu y de los pecadores en busca de perdón, y no sólo de los justos y de los santos, o mejor dicho, de los justos y de los santos cuando se sienten pobres y pecadores.
Significa haber intentado abrir los horizontes para superar toda hermenéutica conspiradora o un cierre de perspectivas para defender y difundir la libertad de los hijos de Dios, para transmitir la belleza de la novedad cristiana, a veces cubierta por la herrumbre de un lenguaje arcaico o simplemente incomprensible.
En el curso de este Sínodo, las distintas opiniones que se han expresado libremente –y por desgracia a veces con métodos no del todo benévolos– han enriquecido y animado sin duda el diálogo, ofreciendo una imagen viva de una Iglesia que no utiliza «módulos impresos», sino que toma de la fuente inagotable de su fe agua viva para refrescar los corazones resecos.
Y –más allá de las cuestiones dogmáticas claramente definidas por el Magisterio de la Iglesia– hemos visto también que lo que parece normal para un obispo de un continente, puede resultar extraño, casi como un escándalo –¡casi!– para el obispo de otro continente; lo que se considera violación de un derecho en una sociedad, puede ser un precepto obvio e intangible en otra; lo que para algunos es libertad de conciencia, para otros puede parecer simplemente confusión. En realidad, las culturas son muy diferentes entre sí y todo principio general –como he dicho, las cuestiones dogmáticas bien definidas por el Magisterio de la Iglesia–, todo principio general necesita ser inculturado si quiere ser observado y aplicado. El Sínodo de 1985, que celebraba el vigésimo aniversario de la clausura del Concilio Vaticano II, habló de la inculturación como «una íntima transformación de los auténticos valores culturales por su integración en el cristianismo y la radicación del cristianismo en todas las culturas humanas».
La inculturación no debilita los valores verdaderos, sino que muestra su verdadera fuerza y su autenticidad, porque se adaptan sin mutarse, es más, trasforman pacíficamente y gradualmente las diversas culturas.
Hemos visto, también a través de la riqueza de nuestra diversidad, que el desafío que tenemos ante nosotros es siempre el mismo: anunciar el Evangelio al hombre de hoy, defendiendo a la familia de todos los ataques ideológicos e individualistas.
Y, sin caer nunca en el peligro del relativismo o de demonizar a los otros, hemos tratado de abrazar plena y valientemente la bondad y la misericordia de Dios, que sobrepasa nuestros cálculos humanos y que no quiere más que «todos los hombres se salven» (1 Tm 2,4), para introducir y vivir este Sínodo en el contexto del Año Extraordinario de la Misericordia que la Iglesia está llamada a vivir.
Queridos Hermanos:
La experiencia del Sínodo también nos ha hecho comprender mejor que los verdaderos defensores de la doctrina no son los que defienden la letra sino el espíritu; no las ideas, sino el hombre; no las fórmulas sino la gratuidad del amor de Dios y de su perdón. Esto no significa en modo alguno disminuir la importancia de las fórmulas: son necesarias; la importancia de las leyes y de los mandamientos divinos, sino exaltar la grandeza del verdadero Dios que no nos trata según nuestros méritos, ni tampoco conforme a nuestras obras, sino únicamente según la generosidad sin límites de su misericordia (cf. Rm 3,21-30; Sal 129; Lc 11,37-54). Significa superar las tentaciones constantes del hermano mayor (cf. Lc 15,25-32) y de los obreros celosos (cf. Mt 20,1-16). Más aún, significa valorar más las leyes y los mandamientos, creados para el hombre y no al contrario (cf. Mc 2,27).
En este sentido, el arrepentimiento debido, las obras y los esfuerzos humanos adquieren un sentido más profundo, no como precio de la invendible salvación, realizada por Cristo en la cruz gratuitamente, sino como respuesta a Aquel que nos amó primero y nos salvó con el precio de su sangre inocente, cuando aún estábamos sin fuerzas (cf. Rm 5,6).
El primer deber de la Iglesia no es distribuir condenas o anatemas sino proclamar la misericordia de Dios, de llamar a la conversión y de conducir a todos los hombres a la salvación del Señor (cf. Jn 12,44-50).
El beato Pablo VI decía con espléndidas palabras: «Podemos pensar que nuestro pecado o alejamiento de Dios enciende en él una llama de amor más intenso, un deseo de devolvernos y reinsertarnos en su plan de salvación [...]. En Cristo, Dios se revela infinitamente bueno [...]. Dios es bueno. Y no sólo en sí mismo; Dios es –digámoslo llorando– bueno con nosotros. Él nos ama, busca, piensa, conoce, inspira y espera. Él será feliz –si puede decirse así–el día en que nosotros queramos regresar y decir: “Señor, en tu bondad, perdóname. He aquí, pues, que nuestro arrepentimiento se convierte en la alegría de Dios».
También san Juan Pablo II dijo que «la Iglesia vive una vida auténtica, cuando profesa y proclama la misericordia [...] y cuando acerca a los hombres a las fuentes de la misericordia del Salvador, de las que es depositaria y dispensadora».
Y el Papa Benedicto XVI decía: «La misericordia es el núcleo central del mensaje evangélico, es el nombre mismo de Dios [...] Todo lo que la Iglesia dice y realiza, manifiesta la misericordia que Dios tiene para con el hombre. Cuando la Iglesia debe recordar una verdad olvidada, o un bien traicionado, lo hace siempre impulsada por el amor misericordioso, para que los hombres tengan vida y la tengan en abundancia (cf. Jn 10,10)».
En este sentido, y mediante este tiempo de gracia que la Iglesia ha vivido, hablado y discutido sobre la familia, nos sentimos enriquecidos mutuamente; y muchos de nosotros hemos experimentado la acción del Espíritu Santo, que es el verdadero protagonista y artífice del Sínodo. Para todos nosotros, la palabra «familia» no suena lo mismo que antes del Sínodo, hasta el punto que en ella encontramos la síntesis de su vocación y el significado de todo el camino sinodal.
Para la Iglesia, en realidad, concluir el Sínodo significa volver verdaderamente a «caminar juntos» para llevar a todas las partes del mundo, a cada Diócesis, a cada comunidad y a cada situación la luz del Evangelio, el abrazo de la Iglesia y el amparo de la misericordia de Dios.

DOCUMENTO FINAL DEL SÍNODO REAFIRMA DOCTRINA DE LA IGLESIA Y RESALTA BELLEZA DE LA FAMILIA.

FUENTE ACIPRENSA.

Los trabajos sobre el Sínodo de los Obispos han terminado esta noche en el Vaticano y el documento final, producto de la reflexión de todos los padres sinodales, ha reafirmado la doctrina católica sobre el matrimonio, su indisolubilidad; y ha resaltado la belleza de la familia y del plan de Dios para ella.
El texto, compuesto por 94 numerales fue votado uno a uno. Todos fueron aprobados con los dos tercios requeridos como mínimo: en este caso 177 votos.
En el numeral 1, votado unánimemente por todos los obispos presentes (260 votos), el Sínodo agradece “al Señor por la generosa fidelidad con la que tantas familias cristianas responden a su vocación y misión, incluso ante los obstáculos, las incomprensiones y los sufrimientos”.
En ese mismo numeral, los obispos reunidos en el Sínodo recuerdan las palabras del Papa Francisco en la homilía de inicio el 4 de octubre, cuando explicó que Dios creó al hombre y a la mujer. El Señor, dijo luego el Santo Padre en esa ocasión, “une los corazones de dos personas que se aman y los une en la unidad y en la indisolubilidad.
Esto significa que el objetivo de la vida conyugal no es sólo vivir juntos, sino también amarse para siempre. Jesús restablece así el orden original y originante. (…) Solo a la luz de la locura de la gratuidad del amor pascual de Jesús será comprensible la locura de la gratuidad de un amor conyugal único y usque ad mortem” (hasta la muerte).
En el numeral 5, aprobado por 256 votos, los obispos resaltan que “también hoy el Señor llama al hombre y a la mujer al matrimonio, los acompaña en su vida familiar y se ofrece a ellos como don inefable”.
En el numeral 23, titulado “Migrantes, prófugos y perseguidos”, aprobado por 253 votos contra 4, los obispos afirman que “la historia de la humanidad es una historia de migrantes: esta verdad está inscrita en la vida de los pueblos y las familias. También nuestra fe lo reafirma: todos somos peregrinos”.
Este numeral indica además que cuando la migración es forzada y es “fruto de situaciones de guerra, de persecución, de pobreza, de injusticia, marcada por las peripecias de un viaje que pone con frecuencia en peligro la vida, traumatiza a las personas y desestabiliza a la familia”. “El acompañamiento a los migrantes exige una pastoral específica con las familias en migración, pero también con los miembros de los núcleos familiares que se quedan en los lugares de origen”, agrega.
En distintas ocasiones durante el Sínodo, los obispos habían solicitado un documento que tuviera una mayor cantidad de citas de las Sagradas Escrituras. En el numeral 39 explican cómo se trata este tema en el libro del Génesis y señalan que “el hombre y la mujer, con su amor fecundo y generativo, continúan la obra creadora y colaboran con el Creador en la historia de la salvación a través de la sucesión de las genealogías”.
En el numeral 41, titulado “Jesús y la familia”, los prelados resaltan que “el ejemplo de Jesús es paradigmático para la Iglesia. El Hijo de Dios ha venido al mundo en una familia. En sus treinta años de vida oculta en Nazaret –periferia social, religiosa y cultural del Imperio– Jesús ha visto en María y José la fidelidad vivida en el amor”.
El texto hace también un breve resumen sobre lo que enseña el magisterio de la Iglesia a través del Concilio Vaticano II, el Beato Papa Pablo VI, San Juan Pablo II, Benedicto XVI y Francisco, para luego tratar del tema de la familia en la doctrina cristiana en el capítulo tres.
El numeral 48 titulado “Indisolubilidad y fecundidad de la unión esponsal” –aprobado por 253 votos contra 6– resalta que “la irrevocable fidelidad de Dios a la alianza es el fundamento de la indisolubilidad del matrimonio. El amor completo y profundo entre los cónyuges no se basa solo en las capacidades humanas. Dios sostiene esta alianza con la fuerza de su Espíritu”.
De otro lado, el numeral 62 titulado “La transmisión de la vida” –aprobado por 259 votos– subraya la importancia de “las familias numerosas en la Iglesia que son una bendición para la comunidad cristiana y la sociedad, porque la apertura a la vida es exigencia intrínseca del amor conyugal”.
“Con estas luces, la Iglesia expresa su viva gratitud a las familias que acogen, educan y llenan de afecto y transmiten la fe a sus hijos, de modo particular a los más frágiles y marcados por la discapacidad”, prosiguen.
El numeral 63, aprobado por 237 votos contra 21, indica luego que “según el orden de la creación el amor conyugal entre un hombre y una mujer y la transmisión de la vida están ordenados el uno a la otra (Gn 1, 27-28)”.
“En este modo el Creador ha hecho partícipes al hombre y a la mujer en su obra de su creación y al mismo tiempo los ha hecho instrumentos de su amor, confindoles a su responsabilidad el futuro de la humanidad a través de la transmisión de la vida humana”, prosigue.
Los padres sinodales dedican luego tres numerales: 66, 67 y 68 para referirse a la importancia de la educación de los hijos. En el 67 destacan que “es importante que los padres se involucren activamente en el camino de preparación para los sacramentos de la iniciación cristiana, en calidad de primeros educadores y testimonios de fe para sus hijos”.
El tema de los homosexuales se plantea en el numeral 76 y se enfoca desde el acompañamiento que puede realizar la Iglesia a las familias en donde alguno de sus miembros tiene la tendencia homosexual.
Este párrafo del documento, aprobado por 221 votos contra 37, precisa además que “no existe fundamento alguno para asimilar o establecer analogías, ni siquiera remotas, entre las uniones homosexuales y el designio de Dios sobre el matrimonio y la familia”, como señala un documento de la Congregación para la Doctrina de la Fe.
El desafío de los divorciados vueltos a casar se trata específicamente en los numerales 83, 84, 85 y 86. En ellos hay una amplia explicación sobre la importancia de acogerlos en la Iglesia y recordarles que no están excomulgados aunque su situación es irregular; y plantea una serie de orientaciones para acompañar a estos fieles y cuidar especialmente el bien de los hijos.


sábado, 24 de octubre de 2015

EL SÍNODO APROBÓ SU RELACIÓN FINAL Y LA PRESENTÓ AL PAPA.

El Santo Padre deberá ahora decidir qué medidas tomar en cuanto sucesor del apóstol Pedro para el bien de la Iglesia.

 FUENTE ZENIT.

La Relación Final del Sínodo de los obispos, después de su votación este sábado por la tarde, ha sido presentada al papa Francisco, quien autorizó su inmediata publicación y que fue presentada en la Sala de Prensa de la Santa Sede.
El sínodo mediático creará seguramente confusión, entre sus títulos se lee: “La comunión a los divorciados pasa por un solo voto”, reduciendo una labor extraordinaria realizada por el sínodo, profundizando el rol de la familia en los diversos países y culturas, a la visión de un comicio parlamentario que afecta principalmente a los llamados países desarrollados.
Un documento de 94 puntos, contenido en 32 páginas tamaño oficio, que incluyó el Instrumentum Laboris, es decir, el documento con las reflexiones del anterior Sínodo extraordinario sobre la familia de octubre de 2014, las respuestas que los fieles de todas las partes del mundo han aportado al cuestionario enviado desde el Vaticano a todas las Conferencias Episcopales.
La Relación final además ha sido integrada con las aportaciones del actual Sínodo, la XIV Asamblea general ordinaria que se ha celebrado en el Vaticano del 4 al 25 de octubre del presente año, sobre el tema “La vocación y la misión de la familia en la Iglesia y en el mundo contemporáneo”.
El documento que aborda los problemas de la familia en el mundo de hoy a 360 grados, ha sido votado punto por punto y todos aprobados por amplia mayoría. Incluso los números 84, 85 y 86, definidos por los medios de comunicación como la 'comunión a los divorciados y vueltos a casar' y que eran los más espinosos han obtenido más de los 2/3 de las aprobaciones.
Se va de los que han obtenido la absoluta mayoría, con 260 votos, a los que obtuvieron menos consenso, como los apenas dichos, respectivamente con 187, 178 y 190 votos a favor, y 72, 80 y 64 contrarios.
El texto ha sido entregado al santo padre Francisco, quien deberá decidir si hacer una exhortación apostólica o un documento magisterial, y su palabra como sucesor del apóstol Pedro será la que definirá cómo la Iglesia deberá proceder.
A continuación indicamos la parte principal de los puntos 84, 85 y 86, de un documento que en sus 94 puntos contiene una gran amplitud de temas.
En el punto 84, se indica que los divorciados y vueltos a casar civlilmente "tienen que ser más integrados en las comunidades cristianas" entretanto evitando "ocasiones de escándalo". Recuerda que "son bautizados, hermanos y hermanas, y su participación puede expresarse en diversos servicios en la Iglesia, y por lo tanto "es necesario discernir cuales diversas formas de exclusión actualmente practicadas en ámbito litúrgico, pastoral, educativo e institucional puedan ser superadas".
El punto 85, cita la exhortación apostólica 'Familiari Consortium', escrita en 1981 por san Juan Pablo II, quien ofreció un criterio generalizado que queda como la base para la evaluación de estas situaciones. 'Sabemos los pastores que por amor de la verdad están obligados a discernir bien cada situación. Existe de hecho diferencia entre quienes se han esforzado por salvar el primer matrimonio y han sido abandonados de manera enteramente injusta, de quienes por grave culpa han destruido un matrimonio canónicamente válido. Están también quienes han contraído una segunda unión en vista de la educación de los hijos, y aveces están subjetivamente seguros en su conciencia que el anterior matrimonio, irreparablemente destruido, no había sido nunca válido'. (FC, 84).
Por ello la actual relación final indica que “es tarea de los presbíteros acompañar a las personas afectadas en el camino del discernimiento de acuerdo a las enseñanzas de la Iglesia y las orientaciones del obispo”.
Añade también que en este proceso los divorciados y vueltos a casar deben hacer un examen de conciencia, con momentos de reflexión y de arrepentimiento, preguntándose cómo se han comportado hacia los propios hijos cuando el matrimonio entró en crisis; si hubo intentos de reconciliación; la situación del partner abandonado; las consecuencias de la relación en el resto de la familia y la comunidad de fieles; del ejemplo que esto significa para los jóvenes que se preparan al matrimonio.
El texto indica que además “no se puede negar que en algunas circunstancias 'la imputabilidad y responsabilidad de una acción puede ser disminuida o anulada' (CCC, 1735) debido a diversos condicionamientos”.
La relación final concluye: “el discernimiento pastoral, mismo tomando en cuenta la conciencia rectamente formada de las personas tiene que hacerse cargo de estas situaciones. También las consecuencias de los actos realizados no son necesariamente las mismas en todos los casos”.
El punto 86 indica en su parte principal que “el recorrido de acompañamiento y discernimiento oriente a estos fieles a que tomen conciencia de su situación delante de Dios”. Habla también de los coloquios con el sacerdote, de los obstáculos y pasos que puede favorecer la participación en la vida de la Iglesia. 
Entretanto, precisa que el discernimiento no puede prescindir de las exigencias de verdad y de caridad del Evangelio propuestas por la Iglesia.
La Relación Final  está articulada en tres partes. La primera se refiere a la Iglesia que escucha la familia; la siguiente es sobre la familia en el plan de Dios; la parte final se refiere a la misión de la familia.
El documento concluye con una oración a la Sagrada Familia.

FRASE DEL PAPA FRANCISCO SOBRE LA FAMILIA


VIDA DE FAMILIA. EL DISTINTIVO DE UNA FAMILIA

 
El distintivo de una familia
 
Gibi y Wdoble de Walter Kostner