domingo, 4 de octubre de 2015

MILES DE FIELES REZAN EN LA PLAZA DE SAN PEDRO JUNTO AL PAPA POR EL SÍNODO DE LA FAMILIA.

Francisco les recuerda: “La familia es lugar de santidad evangélica”. La vigilia inició como una fiesta y prosiguió con cantos y oraciones.
FUENTE ZENIT.
En la plaza de San Pedro se realizó este sábado con la alegría de una fiesta, la vigilia de oración convocada para rezar por el Sínodo de la Familia, y que contó con la presencia del papa Francisco.
Cantos, aplausos, y diversas persona, jóvenes, ancianos, de media edad, dieron su testimonio sobre la familia, sus experiencias, o su conversión.
Ente ellos una pareja de jóvenes, ella italiana, él cubano, refirieron que“en el encuentro las diferencias nos obligan a abatir nuestros muros”.
También un matrimonio relativamente joven próximos a celebrar los 25 años de su boda, dio su testimonio, y hablaron de la importancia de lograr momentos de oración, mismo en la vida cotidiana. Sus hijos se presentaron: Emanuel de 23 años, indicó su experiencia y dificultades de estudio y trabajo; Martina de 21 años se presentó con su novio Sandro y contó del itinerario que iniciarán este año hacia el matrimonio. Y su hija de 17 mencionó a su otro hermano que estudiaba en Australia.
Habló además un matrimonio que recordó las dificultades cuando la enfermedad visita la familia, y al mismo tiempo de la experiencia de fraternidad en los momentos difíciles.
Otro matrimonio, más anciano, casados hace 35 años, acompañados por hijos y nietos, contaron algunas dificultades, de una enfermedad rara en ella y con un hijo en una silla de ruedas. Y que en las dificultades la señora una vez reprendió a Jesús por permitir la enfermedad. Añadió que en cambio hoy le es clara la visión sobre la vida eterna y la misericordia de Dios, mismo tenga que morir.
El cardenal Angelo Bagnasco, presidente de la Conferencia Episcopal Italiana, recibió al papa Francisco, y en sus palabras señaló la importancia del Sínodo y le pidió su bendición. El Santo Padre rezó y bendijo una lámpara de aceite, símbolo de la construcción de un mundo de amor, la cual fue puesta a los pies del cuadro de la Sagrada Familia que presidía la vigilia. 
“Queridas familias, buenas tardes. ¿Vale la pena encender una pequeña vela en la oscuridad que nos rodea?” interrogó el Papa a los presentes refiriéndose a las velas que se encendían mientras iniciaba a oscurecer. “¿No se necesitaría algo más para disipar la oscuridad? Pero, ¿se pueden vencer las tinieblas?”.
Y delante “de la tentación de echarse para atrás”, el Santo Padre ha ilustrado la experiencia del profeta Elías: “La gracia de Dios no levanta la voz, es un rumor que llega a cuantos están dispuestos a escuchar la suave brisa: los exhorta a salir, a regresar al mundo, a ser testigos del amor de Dios por el hombre, para que el mundo crea...”.
Recordó que el año pasado “en esta misma plaza, invocábamos al Espíritu Santo” pidiendo que ilumine a los Padres sinodales y “esta noche, nuestra oración no puede ser diferente”.
Delante de los presentes que le seguían con gran atención, el Papa citó al patriarca Atenágoras, que decía: “Sin el Espíritu Santo, Dios resulta lejano, Cristo permanece en el pasado, la Iglesia se convierte en una simple organización, la autoridad se transforma en dominio, la misión en propaganda, el culto en evocación y el actuar de los cristianos en una moral de esclavos”.
Y así pidió oraciones para que el sínodo que se abre este domingo “sepa reorientar la experiencia conyugal y familiar hacia una imagen plena del hombre” así como “abrazar las situaciones de vulnerabilidad”.
Y que “los Padres sepan sacar del tesoro de la tradición viva, palabras de consuelo y orientaciones esperanzadoras para las familias, que están llamadas en este tiempo a construir el futuro de la comunidad eclesial y de la ciudad del hombre”. E invitó así a cada familia a ser “siempre una luz, por más débil que sea, en medio de la oscuridad del mundo”.
Francisco, tras recordad a Charles de Foucauld que como pocos intuyó “el alcance de la espiritualidad que emana de Nazaret” señaló que “la familia es lugar de santidad evangélica, llevada a cabo en las condiciones más ordinarias”, donde “se ahondan las raíces que permiten ir más lejos”, el lugar “de gratuidad, de presencia discreta, fraterna, solidaria, que nos enseña a salir de nosotros mismos para acoger al otro, a perdonar y ser perdonados”.
Deseó así que el Sínodo “más que hablar sobre la familia, sepa aprender de ella”, dijo, no obstante las muchas “penalidades y contradicciones que la puedan caracterizar”.
Al concluir invitó a encontrar una Iglesia “que es madre, capaz de engendrar la vida y atenta a comunicar continuamente la vida, a acompañar con dedicación, ternura y fuerza moral”, y señaló que una Iglesia “que es familia sabe presentarse con la proximidad y el amor de un padre, que vive la responsabilidad del custodio, que protege sin reemplazar, que corrige sin humillar, que educa con el ejemplo y la paciencia. A veces, con el simple silencio de una espera orante y abierta”.
Y que sea “de hijos, que se reconocen hermanos”, y que “nunca llega a considerar al otro sólo como un peso, un problema, un coste, una preocupación o un riesgo: el otro es esencialmente un don, que sigue siéndolo aunque recorra caminos diferentes”.
Porque "la Iglesia es una casa abierta, lejos de grandezas exteriores, acogedora en el estilo sobrio de sus miembros y, precisamente por ello, accesible a la esperanza de paz que hay dentro de cada hombre, incluidos aquellos que –probados por la vida– tienen el corazón lacerado y dolorido".

Tras cantar el Padre Nuestro, el Santo Padre impartió su bendición.

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