Inés vivió diez
horas fuera del seno materno, para alegría de todos,
y se nos fue
directa al Cielo.
Porque quizás a alguien le ayude,
querría contar algunos detalles del tránsito por la tierra de nuestra nieta
Inés, que, gracias a Dios, fue tan breve como maravilloso. María, nuestra hija
mayor, y Angelma, su esposo, tienen tres hijos varones.Como estaba previsto, el
domingo, 10 de mayo de 2015, María dio a luz a su cuarto-quinto hijo, la
primera niña. Cuarto-quinto porque el primer embarazo fue extrauterino: hubo
que extirpar la trompa y el bebé no fue viable. Los tres que ahora mismo viven
son Jaime (siete años cuando nació Inés), Pablo (seis, en aquel momento) y
Alejandro (cinco, también entonces).
Inés vivió diez horas fuera
del seno materno, para alegría de todos, y se nos fue directa al Cielo. Ya lo
sabíamos. Desde la segunda ecografía se advirtió que tenía una anencefalia: en
estas circunstancias, el líquido amniótico impide el desarrollo del cerebro,
por lo que las funciones vitales, una vez que deja el útero materno, mantienen
al niño o a la niña en vida minutos, horas y, en algunos casos excepcionalísimos,
días. Pero no más.
Todos éramos bien conscientes y,
de nuevo gracias a Dios, estábamos ya preparados.
Los
hechos
Según suele ocurrir, la realidad
superó todas nuestras expectativas. El dolor es y seguirá siendo real —lo
contrario sería antinatural—, aunque va disminuyendo con el transcurrir del
tiempo, al paso que aumenta el gozo, sobrenatural e incluso humano.
Fue una auténtica bendición que
el ginecólogo, José Ignacio, sea un estupendo creyente, con enorme prestigio en
su hospital y una humanidad y una visión sobrenatural muy fuera de lo común.
Supo orientar a María y Angelma en todo momento, cuidando hasta los menores
detalles, con infinito cariño. Y la siguió atendiendo durante los días que pasó
en el hospital y, como es lógico, también cuando lo dejó.
Ya dentro del quirófano todo era
excepcional. Por desgracia, no suelen nacer los niños aquejados por esta
dolencia: bien porque los abortan, bien porque fallecen en el seno materno. De
ahí que bastantes de los médicos, enfermeros y enfermeras de guardia ese
domingo, quisieran asistir al parto, movidos por un interés a la vez
profesional y humano.
Según lo previsto, hubo cesárea,
la cuarta de María, y la pequeña Inés fue bautizada en cuanto la sacaron del
útero, en los brazos de su padre, Angelma, al que, por excepción, permitieron
asistir a la cesárea.
Angelma se echó a llorar,
emocionado, en cuanto la tuvo en sus brazos. María me comentó que es la única
vez que lo ha visto llorar. Pero también lo hicieron alguno de los médicos y el
capellán de la clínica que la bautizó. Este último, no durante el bautizo, sino
al salir del quirófano. Ante la pregunta de una enfermera, cuando empezaba a
responder, no pudo contenerse y rompió a llorar. Ella le comentó, con cierto
asombro, que ya debía estar acostumbrado a situaciones análogas, a lo que el
sacerdote asintió, pero añadiendo que nunca había visto a un padre agarrar con
tanta fuerza a su hijo, como queriendo darle su propia vida.
Eso fue hacia las once de la
mañana. A las doce, más o menos, llevaron a María para que se repusiera de la
anestesia, y la pequeña Inés se vino con su padre, sus tres hermanos, los
padres de Angelma, Lourdes y yo.
Primeras
reacciones
La impresión, en cuanto nos
quedamos con Inés, fue grande, al menos la mía. Poco más arriba de las cejas
comenzaba una especie de gorrito, que habían colocado para que no se viera la
enorme herida, en el lugar donde debería estar el cráneo. Los ojos eran un poco
extraños —algo saltones— y también parte de la nariz; pero desde ahí hasta la
punta de los pies Inesita era perfecta. La carita, que pronto comenzó a
adquirir un tono levemente azulado, por faltarle el oxígeno, producía una
ternura difícil de describir.
Sus hermanos, a quienes María y
Angelma venían preparando desde tiempo atrás, se hicieron varias fotos con ella
y con su padre; también Lourdes y yo, y lo mismo Vicentina y Valentín, sus
abuelos por línea paterna.
La pudimos disfrutar, en esta
primera etapa, hasta algo más de las dos de la tarde. Jaime, Pablo y Alejandro
entendieron muy bien que el niño Jesús quisiera tanto a su hermanita que
deseara llevársela ya consigo. Eso no impidió que se emocionaran, sobre todo el
más pequeño de los tres, que parece el más brutote, como sucede a menudo
entre los niños. Pero hacia las dos acusaron el cansancio de estar encerrados
tanto tiempo en un cuarto pequeño: Valentín y yo nos lo llevamos a comer,
dejando a Angelma y las dos abuelas con Inesita.
Conforme pasaban las horas de esa
mañana, la primera sensación de cierta extrañeza dejó paso a una paz muy fuera
de lo común, con la conciencia clara y palpable de que la Trinidad habitaba en
esa criatura, que pronto iría a unirse completamente con Ella. Casi podía tocar
a Dios. Algo que nunca en mi vida había sentido, al menos de ese modo.
Lourdes y Vicentina, que habían
renunciado a comer para aprovechar más las horas de vida de su nieta, la
dejaron cuando María, repuesta de la anestesia, regresó a su habitación y
llevaron a Inesita con ella y con su esposo. Estuvieron los tres solos hasta
alrededor de las seis.
A esa hora se celebró una Misa,
que no pudo ser la de gloria —para agradecer a Dios que ya estuviera en el
Cielo—, pues Inesita seguía aún luchando por vivir. Al terminar, casi todos los
asistentes pasaron un momento a la habitación, para ver a la niña y a la madre,
y luego nos quedamos de nuevo solos María, Angelma, Lourdes y yo, con la niña
(los padres de Angelma tuvieron la sacrificada delicadeza de dejarnos solos,
por eso de que la madre es nuestra hija: se lo agradeceremos siempre).
La
marcha al Cielo
Todo el personal sanitario, con
el ginecólogo a la cabeza, se portó de maravilla. Ya al acompañarnos a la
pequeña salita donde nos instalamos, se les veía emocionados y atentos,
desviviéndose en mil detalles. Como estaban poniendo tanto mimo, hubo un
momento en que, casi sin pensarlo, di un beso de gratitud a las dos
mujeres-médico presentes, repitiendo con énfasis: «muchísimas gracias». Ya
entonces, y varias veces más a lo largo del día, una de ellas comentó, siempre
con palabras parecidas y como explicando su actitud: «¡Con tanto cariño
alrededor…!»
Cada media hora, más o menos, los
médicos volvían a la habitación para ver cómo seguía Inesita. José Ignacio, el
ginecólogo, además, para continuar dando ánimos a María y Angelma. Nos
impresionó mucho que en una de las ocasiones, tras apenas saludar a María, se
quedó alrededor de un cuarto de hora, con los codos apoyados en la cunita, sin
decir palabra, contemplando a la niña a la que había ayudado a nacer.
Hacia las nueve de la
noche nos dijeron que el corazón latía ya mucho más débil. Lourdes y yo
dejamos la habitación, para que María y Angelma pudieran estar solos con su
hija en esos últimos momentos. A las 21:50 nos dejó y se fue al Cielo. Nos
permitieron tenerla un rato más con nosotros, recostada en el regazo de María.
Hay fotos y videos repletos de
ternura.
Una
vida breve, pero inmensamente fecunda
A partir del día siguiente,
lunes, comenzaron las visitas. Familia más o menos cercana, amigos de María, de
Angelma, etc. Todas muy emotivas y cariñosas. La tónica general era de gratitud
y admiración contenida hacia los padres por haber querido gestar y dar a luz a
una niña, sabiendo que la iban a tener pocas horas consigo, para entregarla
inmediatamente a Dios.
Una última anécdota de estos
primeros días. El martes por la mañana, al llevarle la comunión, el capellán
que había bautizado a Inesita pidió a María hablar un momento con ella. Le
preguntamos si prefería estar a solas, pero nos dijo que no, que nos
quedáramos. Al cabo de unos veinte minutos se veía que quería llegar al terreno
personal… y al fin lo hizo.
Primero agradeció a María,
también para que se lo dijera a Angelma, el que hubieran tenido la generosidad
de respetar la vida de la niña. Y varias veces, con leves modificaciones,
repitió dos ideas.
a) La primera, que a él todo esto le
había hecho pensar y orar mucho, y que le había llevado a “recolocar” varias
cuestiones personales (obviamente, cada vez que lo recuerdo vuelvo a dar
gracias a Dios).
b) La segunda, que le había
impresionado cómo, mientras bautizaba a la niña, María, desde la cama donde
estaba siendo operada, forzando la vista por detrás de ella, tenía los ojos
fijos en Angelma, en esos momentos llorando emocionado, como queriendo darle
ánimos, olvidada de sí misma: algo, efectivamente, muy femenino y muy maternal.
Cuando se marchó el sacerdote y
María terminó su acción de gracias, de nuevo llorando de emoción, me dijo:
«¡Papá, pero si yo no he hecho nada!»
Comentamos que así es Dios: que
resultaba grandioso que Dios pudiera darle las gracias a ella por hacer lo que
debía y permitir de ese modo a su hija recibir el bautismo, por lo que Inesita
sería inmensamente feliz en el Cielo… y Dios se alegraría con la felicidad de esa criatura.
Bastantes veces, sobre todo
cuando se trata de un grupo cercano, encuadro mis conferencias en la
idea de que nuestro paso por este mundo es, más que la prueba, la gran
oportunidad que Dios nos da para ir aprendiendo a amar más y mejor, de modo que
vayamos siendo ya más felices aquí y, al término, habiendo dilatado las
fronteras de nuestro corazón, nos quepa más Dios en el alma y seamos más
felices por toda la eternidad.
Siempre me rondaba por la cabeza,
junto a otros mil interrogantes y consciente de la pequeñez de mis
“explicaciones”, qué sucedía con los recién nacidos que mueren. En esta ocasión
vi muy claro que el engrandecimiento del corazón de Inesita era al menos
proporcional al que había provocado en nosotros —sus padres, abuelos, hermanos
y mucha gente más— ayudándonos a querer un poco más y mejor.
¡Qué fecundidad la de esas diez
horas! La querría yo para mí.
Favores
Muy pronto, al menos los más
allegados, comenzamos a encomendarnos a su intercesión. A Angelma le contaron
que, en una situación análoga, san Josemaría había dicho al padre de un niño
—muerto también a muy temprana edad— que no olvidara que, en el Cielo, seguía
siendo hijo suyo y, por lo tanto, que le debía obediencia, y que lo
“aprovechara”.
Angelma lo hace constantemente e
Inesita, de ordinario, le “obedece”, dando lugar a múltiples anécdotas. Resumo
una de las más simpáticas. Angelma cursó la carrera de farmacia y, después de
un largo período en Dublín, se ha ido haciendo cargo de la farmacia que fue de
su madre. Los sábados suele estar solo en la farmacia y hay poquísimos
clientes. El que siguió al fallecimiento de Inés, apelando a su autoridad como
padre, le pidió que esa tarde sí que hubiera ventas y, según nos comentó
después, fue uno de los días en que más productos se vendieron: hasta una
especie de crecepelos para varones de mi estilo —es decir, calvos, pelones—,
muy caro y de muy difícil salida.
La última que recojo es bastante
impresionante. Estando toda la familia de acampada, una de las hijas, de dos
años de edad, desapareció una tarde. Estuvieron buscándola lo que quedaba de
día, sin éxito. A la mañana siguiente, la madre, ya resignada a no hallarla
viva, pidió por intercesión de Inesita —sus hijos van al mismo colegio que
nuestros nietos— que, al menos, la encontraran, aunque fuera muerta.
Como es lógico, habían avisado a
la policía y esta a los vecinos de la zona. Esa misma mañana llamó el dueño de
una finca, porque había oído llorar no hacía mucho, se acercó y se topó con la
niña: estaba viva, con rasguños y síntomas de deshidratación; pero se repuso
rápidamente.
Para María y Angelma, Inesita ha
pasado a ser un miembro más —muy especial, sin duda— de la familia. Se refieren
a ella con toda naturalidad, le siguen pidiendo favores y fomentan en sus
hermanos el cariño hacia la que ya tienen en el Cielo.
Para
concluir…
Termino con un nuevo “favor” de
Inesita. En uno de mis correos a un grupo de matrimonios mexicanos a los que me
había dirigido durante un curso, les conté la historia de Inesita y les animé a
encomendarse a ella, si les parecía, como ahora hago con quienes me lean. Me
respondieron muchos, pero este que recojo es un testimonio muy particular.
El 2015-10-26, uno de los alumnos
me escribe:
«Gracias a Dios, 31 años de
casados. De los retos familiares, lo más destacable es que D. y nuestra hija
G., la mayor, no han podido encargar su bebé, llevan cinco años de casados, los
encomendamos a Inés para que Dios les dé el milagro de la vida. Un abrazo»
El 2015-10-30 recibo este otro
mensaje, del mismo matrimonio:
«Tomás y Lourdes, con gran
alegría les avisamos que Inesita ya intercedió para que Dios nos hiciera ese
gran milagro y nuestra hija G. y D. ya están esperando su bebé, hoy recibimos
esa gran noticia y se las compartimos con una gran gusto, ¡muy agradecidos por
sus oraciones!»
Tomás Melendo