LA PALABRA DEL PAPA FRANCISCO HOY
Queridos hermanos y hermanas,
¡buenos días!
Hoy en Italia y en otros países,
se celebra la Ascensión de Jesús al Cielo, que se produjo cuarenta días después
de la Pascua. Los Hechos de los Apóstoles relatan este episodio, la separación
final del Señor Jesús de sus discípulos y de este mundo (Cfr. Hch 1, 2.9). En
cambio, el Evangelio de Mateo, refiere el mandato de Jesús a los discípulos: la
invitación a ir, a partir para anunciar a todos su mensaje de salvación (Cfr.
Mt 28, 16-20). “Ir”, o mejor, “partir” se convierte en la palabra clave de la
fiesta de hoy: Jesús parte hacia el Padre y manda a los discípulos que partan
hacia el mundo.
Jesús parte, asciende al Cielo,
es decir, regresa al Padre de quien había sido enviado al mundo. Hizo su
trabajo, y regresa al Padre. Pero no se trata de una separación, porque Él
permanece para siempre con nosotros, en una forma nueva. Con su Ascensión, el
Señor resucitado atrae la mirada de los Apóstoles – y también nuestra mirada –
a las alturas del Cielo para mostrarnos que la meta de nuestro camino es el
Padre.
Él mismo había dicho, que se
habría ido para prepararnos un lugar en el Cielo.
Sin embargo, Jesús permanece
presente y operante en las vicisitudes de la historia humana con la potencia y
los dones de su Espíritu; está junto a cada uno de nosotros: incluso si no lo
vemos con los ojos, ¡Él está! Nos acompaña, nos guía, nos toma de la mano y nos
levanta cuando caemos. Jesús resucitado está cerca de los cristianos
perseguidos y discriminados; está cerca de cada hombre y mujer que sufre.
¡Está cerca de todos nosotros!
También hoy, está aquí con nosotros en la Plaza. ¡El Señor está con nosotros!
¿Ustedes creen esto?
Digámoslo juntos: ¡El Señor está
con nosotros! Todos: ¡El Señor está con nosotros! Otra vez: ¡El Señor está con
nosotros!
Y Jesús, cuando va al Cielo, le
lleva al Padre un regalo. ¿Pensaron en esto? ¿Cuál es el regalo que Jesús lleva
al Padre? Sus llagas. Este es el regalo que Jesús lleva al Padre. Su cuerpo es
bellísimo, sin las heridas de la flagelación, no, todo hermoso, pero, ha
conservado las llagas. Y cuando va al Padre, le dice al Padre: Mira Padre, éste
es el precio del perdón que tú das. Y cuando el Padre mira las llagas de Jesús,
nos perdona siempre. No porque nosotros somos buenos, no. Porque Él ha pagado
por nosotros. Mirando las llagas de Jesús el Padre se vuelve más
misericordioso, más grande, ¡eh! Y este es el gran trabajo que hace Jesús hoy
en el Cielo. Hacer ver al Padre el precio del perdón, sus llagas. ¡Qué cosa
bella esta eh! No tengas miedo de pedir perdón. Él siempre perdona. ¡No tengas
miedo! Porque Él mira las llagas de Jesús, mira nuestro pecado, y lo perdona.
Jesús también está presente
mediante la Iglesia, a la que Él ha enviado a prolongar su misión. La última
palabra de Jesús a los discípulos es la orden de partir: “Vayan, pues, y hagan
discípulos a todas las gentes” (Mt 28, 19). Es un mandato preciso, ¡no es
facultativo! La comunidad cristiana es una comunidad “en salida”, una comunidad
“en partida”. Es más: la Iglesia ha nacido “en salida”. Y ustedes me dirán:
¿pero y las comunidades de clausura? Sí, también ellas, porque están siempre
“en salida” con la oración, con el corazón abierto al mundo, a los horizontes
de Dios. ¿Y los ancianos, los enfermos? También ellos, con la oración y la
unión a las llagas de Jesús.
A sus discípulos misioneros Jesús
les dice: “Yo estoy con ustedes todos los días hasta el fin del mundo” (v. 20).
Solos, sin Jesús, ¡no podemos hacer nada! En la obra apostólica no bastan
nuestras fuerzas, nuestros recursos, nuestras estructuras, si bien son
necesarias. Pero no bastan. Sin la presencia del Señor y la fuerza de su
Espíritu nuestro trabajo, aun si bien organizado, resulta ineficaz.
Y así vamos a decir a la gente
quién es Jesús. Pero yo no quisiera que ustedes se olviden del regalo que Jesús
ha llevado al Padre.
¿Cuál es el regalo? Las llagas.
Así. Porque con estas llagas hace ver al Padre el precio de su perdón.
Junto a Jesús nos acompaña María,
nuestra Madre. Ella ya está en la casa del Padre, es Reina del Cielo y así la
invocamos en este tiempo; pero como Jesús está con nosotros, es la Madre de
nuestra esperanza.
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