Sin lugar a dudas, decirle sí a
la vocación del matrimonio es uno de los pasos más importantes
FUENTE ZENIT.
El día de nuestra boda, ese día donde decimos
sí a nuestra unión de amor ante Dios y ante los hombres, es un momento
transformador en nuestra jornada de vida. Podemos decir que de alguna manera la
historia del ser humano de divide en antes y después de casarse ya que es ese
instante cuando dejamos de ser un solo ser, una sola persona, para convertirnos
en un solo ser y tres personas. ¿Cuáles son esas tres personas? El esposo, la
esposa y Dios. Ese es el plan de Dios para el matrimonio. Dios nos creó hombre
y mujer para que uniéndonos en una sola carne en mutuo amor y sellados y unidos
en el amor de Dios, nuestro matrimonio sea el reflejo del Amor de Dios en la
Tierra. En otras palabras, nos convertimos en la imagen de la Trinidad Santa en
este mundo.
Sin lugar a dudas, decirle sí a la vocación
del matrimonio es uno de los pasos más importantes –si no el más importante-
que daremos en nuestra vida. Las implicaciones para la pareja, la familia
que formarán, la sociedad y la Iglesia son enormes. Por ello, cuando preparamos
nuestra boda, debemos tener en claro lo que implica esta verdad. De no hacerlo,
corremos el peligro de pensar que el matrimonio, el Sacramento, se reduce a la
planificación del día de nuestra boda. Hoy en día son muchos los que dedican
más tiempo, esfuerzo, atención y aun estrés a buscar la iglesia más bonita, el
vestido más bello, el lugar de recepción más elaborado, los arreglos florales
más vistosos, la comida más elegante, el fotógrafo mejor y más profesional y un
sinfín de cosas y gastos para asegurarse de que nuestra boda “sea la mejor”.
Boda - ©Pixabay |
Pero son pocas las veces en que las parejas
piensan en lo más importante. Pocas somos las parejas que se enfocan en el
tiempo que invertirán en una buena preparación matrimonial, en conversar
profundamente sobre cómo vamos a llevar nuestra vida familiar y espiritual,
cuáles son los valores bajo los cuales regiremos nuestra vida juntos y la de
nuestros hijos, cómo practicaremos y fomentaremos nuestra fe; en fin, como
vamos a hacer de Dios el centro y la roca en la cual fundamentaremos nuestro
matrimonio y familia.
Es triste ver cuántas parejas gastan sin medida y pasan cientos de horas y miles de dólares planeando su boda, pero recienten que la Iglesia les pida uno o dos días de preparación matrimonial, cuando se ha demostrado que las parejas que viven una buena preparación matrimonial reducen drásticamente la incidencia de divorcio y disfrutan de matrimonios más sanos y felices. Es impresionante ver cuántas parejas se unen simplemente por pasión, por no sentirse que están sin pareja (como sus amistades), para llenar el vacío de la soledad o para tener quien les sirva, sin tener un concepto claro de lo que verdaderamente es el matrimonio, según el plan de Dios, o de lo que el amor conyugal verdadero y maduro implica: un amor total, libre, fiel y fructífero.
Es triste ver cuántas parejas gastan sin medida y pasan cientos de horas y miles de dólares planeando su boda, pero recienten que la Iglesia les pida uno o dos días de preparación matrimonial, cuando se ha demostrado que las parejas que viven una buena preparación matrimonial reducen drásticamente la incidencia de divorcio y disfrutan de matrimonios más sanos y felices. Es impresionante ver cuántas parejas se unen simplemente por pasión, por no sentirse que están sin pareja (como sus amistades), para llenar el vacío de la soledad o para tener quien les sirva, sin tener un concepto claro de lo que verdaderamente es el matrimonio, según el plan de Dios, o de lo que el amor conyugal verdadero y maduro implica: un amor total, libre, fiel y fructífero.
Notamos con frecuencia que cuando las parejas
comienzan a vivir la realidad de la vida diaria, cuando enfrentan el proceso de
adaptación de dos vidas con diferentes pasados y trasfondos, cuando se dan
cuenta que el amor conyugal exige sacrificios y no es solo disfrutar de
compañía y beneficios, cuando se dan cuenta que el amor maduro implica no
buscar egoístamente el bien propio sino el bien del ser amado, muchos terminan
separándose y aun divorciándose, reduciendo así al Sacramento a poco más que un
experimento para encontrar una felicidad que es vana y pasajera. Procuremos
pues durante el tiempo de nuestro compromiso nupcial, centrarnos en lo que de
verdad importa. Busquemos entender el verdadero significado y compromiso de
esta unión, comprometernos a esta maravillosa vocación de vida que es el
matrimonio, creado y diseñado por Dios para la felicidad de los cónyuges y la
continuación de la vida humana. Recordemos que la boda dura un día, pero el
matrimonio, ¡toda la vida!