Mensaje Pascual del Papa Francisco y
bendición urbi et orbi 2016.
Hoy la Iglesia revive el asombro de la Virgen
María, de san José y de los pastores de Belén, contemplando al Niño que ha
nacido y que está acostado en el pesebre: Jesús, el Salvador.
En este día lleno de luz, resuena el anuncio
del Profeta:
«Un niño nos ha nacido,
un hijo se nos ha dado:
lleva a hombros el principado, y es su nombre:
Maravilla del Consejero,
Dios guerrero,
Padre perpetuo,
Príncipe de la paz» (Is 9, 5).
El poder de un Niño, Hijo de Dios y de María,
no es el poder de este mundo, basado en la fuerza y en la riqueza, es el poder
del amor. Es el poder que creó el cielo y la tierra, que da vida a cada
criatura: a los minerales, a las plantas, a los animales; es la fuerza que
atrae al hombre y a la mujer, y hace de ellos una sola carne, una sola
existencia; es el poder que regenera la vida, que perdona las culpas,
reconcilia a los enemigos, transforma el mal en bien. Es el poder de Dios. Este
poder del amor ha llevado a Jesucristo a despojarse de su gloria y a hacerse
hombre; y lo conducirá a dar la vida en la cruz y a resucitar de entre los muertos.
Es el poder del servicio, que instaura en el mundo el reino de Dios, reino de
justicia y de paz.
Por esto el nacimiento de Je y en la tierra
paz a los hombres que Dios ama» (Lc 2,14).
Hoy este anuncio recorre toda la tierra y
quiere llegar a todos los pueblos, especialmente los golpeados por la guerra y
por conflictos violentos, y que sienten fuertemente el deseo de la paz.
Paz a los hombres y a las mujeres de la
martirizada Siria, donde demasiada sangre ha sido derramada. Sobre todo en la
ciudad de Alepo, escenario, en las últimas semanas, de una de las batallas más
atroces, es muy urgente que, respetando el derecho humanitario, se garanticen
asistencia y consolación a la extenuada población civil, que se encuentra
todavía en una situación desesperada y de gran sufrimiento y miseria. Es hora
de que las armas callen definitivamente y la comunidad internacional se
comprometa activamente para que se logre una solución negociable y se
restablezca la convivencia civil en el País.
Paz para las mujeres y para los hombres de la
amada Tierra Santa, elegida y predilecta por Dios. Que los Israelís y los
Palestinos tengan la valentía y la determinación de escribir una nueva página
de la historia, en la que el odio y la venganza cedan el lugar a la voluntad de
construir conjuntamente un futuro de recíproca comprensión y armonía. Que
puedan recobrar unidad y concordia Irak, Libia, Yemen, donde las poblaciones
sufren la guerra y brutales acciones terroristas.
Paz a los hombres y mujeres en las diferentes
regiones de África, particularmente en Nigeria, donde el terrorismo
fundamentalista explota también a los niños para perpetrar el horror y la
muerte. Paz en Sudán del Sur y en la República Democrática del Congo, para que
se curen las divisiones y para que todos las personas de buena voluntad se
esfuercen para iniciar nuevos caminos de desarrollo y de compartir, prefiriendo
la cultura del diálogo a la lógica del enfrentamiento.
Paz a las mujeres y hombres que todavía
padecen las consecuencias del conflicto en Ucrania oriental, donde es urgente
una voluntad común para llevar alivio a la población y poner en práctica los
compromisos asumidos.
Pedimos concordia para el querido pueblo colombiano,
que desea cumplir un nuevo y valiente camino de diálogo y de reconciliación.
Dicha valentía anime también la amada Venezuela para dar los pasos necesarios
con vistas a poner fin a las tensiones actuales y a edificar conjuntamente un
futuro de esperanza para la población entera.
Paz a todos los que, en varias zonas, están
afrontando sufrimiento a causa de peligros constantes e injusticias
persistentes. Que Myanmar pueda consolidar los esfuerzos para favorecer la
convivencia pacífica y, con la ayuda de la comunidad internacional, pueda dar
la necesaria protección y asistencia humanitaria a los que tienen necesidad
extrema y urgente. Que pueda la península coreana ver superadas las tensiones
que la atraviesan en un renovado espíritu de colaboración.
Paz a quien ha sido herido o ha perdido a un
ser querido debido a viles actos de terrorismo que han sembrado miedo y muerte
en el corazón de tantos países y ciudades. Paz —no de palabra, sino eficaz y
concreta— a nuestros hermanos y hermanas que están abandonados y excluidos, a
los que sufren hambre y los que son víctimas de violencia. Paz a los prófugos,
a los emigrantes y refugiados, a los que hoy son objeto de la trata de
personas. Paz a los pueblos que sufren por las ambiciones económicas de unos
pocos y la avaricia voraz del dios dinero que lleva a la esclavitud. Paz a los
que están marcados por el malestar social y económico, y a los que sufren las
consecuencias de los terremotos u otras catástrofes naturales.
Y paz a los niños, en este día especial en el
que Dios se hace niño, sobre todo a los privados de la alegría de la infancia a
causa del hambre, de las guerras y del egoísmo de los adultos.
Paz sobre la tierra a todos los hombres de
buena voluntad, que cada día trabajan, con discreción y paciencia, en la
familia y en la sociedad para construir un mundo más humano y más justo,
sostenidos por la convicción de que sólo con la paz es posible un futuro más
próspero para todos.
Queridos hermanos y hermanas:
«Un niño nos ha nacido, un hijo se nos ha
dado»: es el «Príncipe de la paz». Acojámoslo.
***
[Después de la Bendición]
Dirijo mi felicitación a vosotros, queridos
hermanos y hermanas, que estáis en esta plaza provenientes de todas las partes
del mundo, y también a los que de diferentes Países estáis conectados a través
de la radio, la televisión y por otros medios de comunicación.
En este día de alegría, todos estamos
llamados a contemplar al Niño Jesús, que devuelve la esperanza a cada hombre
sobre la faz de la tierra. Con su gracia, demos voz y cuerpo a esta esperanza,
testimoniando la solidaridad y la paz. Feliz Navidad a todos.