«Pues si yo, el Señor y el Maestro, os he lavado los pies,
vosotros también debéis lavaros los pies unos a otros» (Jn 13, 14).
Al recordar las últimas horas
transcurridas con Jesús antes de su muerte, el evangelista Juan pone en el
centro el lavatorio de pies. En el antiguo Oriente era un signo de acogida al
huésped, que llegaba por caminos polvorientos, y solía realizarlo un siervo.
Precisamente por eso, en un principio los discípulos se niegan a aceptar este
gesto de su Maestro, pero Él al final les explica:
«Pues si yo, el Señor y el Maestro, os he lavado los pies,
vosotros también debéis lavaros los pies unos a otros».
Con esta imagen tan
significativa, Juan nos desvela completamente la misión de Jesús: Él, el
Maestro y el Señor, ha entrado en la historia humana para encontrarse con cada
hombre y con cada mujer, para servirnos y restablecer nuestra relación con el
Padre.
Día a día durante toda su vida
terrena, Jesús se despoja de cualquier signo de su grandeza, y ahora se prepara
a dar su vida en la cruz. Y precisamente en este momento entrega a sus
discípulos, a modo de herencia, las palabras que más tiene en el corazón:
«Pues si yo, el Señor y el Maestro, os he lavado los pies,
vosotros también debéis lavaros los pies unos a otros».
Es una invitación clara y simple;
todos podemos entenderla y ponerla en práctica inmediatamente, en cualquier
situación, en cualquier entorno social y cultural.
Los cristianos, que reciben la
revelación del Amor de Dios a través de la vida y las palabras de Jesús, tienen
una «deuda» con los demás: imitar a Jesús acogiendo y sirviendo a los hermanos,
para ser a su vez anunciadores del Amor. Como Jesús: primero amar concretamente
y luego acompañar el gesto con palabras de esperanza y de amistad.
Y el testimonio es aún más eficaz
cuando dirigimos nuestra atención a los pobres con espíritu de gratuidad,
rechazando en cambio comportamientos serviles hacia quienes tienen poder y
prestigio. Incluso ante situaciones complejas, trágicas y que se nos escapan de
las manos, hay algo que podemos y debemos hacer para contribuir al «bien»:
ensuciarnos las manos sin esperar recompensa, con generosidad y
responsabilidad.
Además Jesús nos pide que
testimoniemos el Amor no solo personalmente en los ambientes donde vivimos,
sino también como comunidad, como pueblo de Dios, cuya ley fundamental es el
amor recíproco.
«Pues si yo, el Señor y el Maestro, os he lavado los pies,
vosotros también debéis lavaros los pies unos a otros».
Después de estas palabras, Jesús
sigue diciendo: «Porque os he dado ejemplo, para que también vosotros hagáis
como yo he hecho con vosotros... Sabiendo esto, dichosos seréis si lo cumplís»
(Jn 13, 15-17).
Comentando esta frase del
Evangelio, Chiara Lubich escribió: «"Dichosos seréis...”: El servicio
recíproco, el amor mutuo que Jesús enseña con este gesto desconcertante es,
pues, una de las bienaventuranzas que Jesús nos enseñó. [...] Entonces, ¿cómo
viviremos durante este mes esta palabra? La imitación que Jesús nos pide no consiste
en repetir de modo pedestre su gesto, aunque debemos tenerlo siempre delante de
nosotros como un ejemplo luminosísimo e inigualable. Imitar a Jesús significa
comprender que los cristianos tenemos sentido si vivimos por los demás, si
concebimos nuestra existencia como un servicio a los hermanos, si planteamos
toda nuestra vida sobre esta base. Entonces habremos realizado lo que a Jesús
más le importa. Habremos entendido de lleno el Evangelio. Seremos realmente
dichosos».
LETIZIA MAGRI