miércoles, 1 de abril de 2009

PALABRA DE VIDA ABRIL DE 2009

Ni el día ni la hora

“Velad porque no sabéis en qué día va a venir vuestro Señor”. (Mt. 24, 42).

¿Te has dado cuenta de que ordinariamente no vives la vida, sino que la arrastras a la espera de un “después” que te va a traer por fin lo “bueno”?

El hecho es que un “después-bueno” tiene que llegar, pero no es el que tú te esperas.

Un instinto divino te lleva a esperar en alguien o en algo que pueda satisfacerte. Y quizá piensas en un día de fiesta, en un tiempo libre, en una reunión especial... Estas cosas terminan y tú no quedas satisfecho, al menos plenamente y reanudas entonces la rutina de una existencia vivida sin convicción, siempre a la espera.

La verdad es que, entre los elementos que componen también tu vida, hay uno del que nadie se puede escapar: es el encuentro con el Señor que viene. Esto es eso “bueno” a lo que tiendes inconscientemente, porque estás hecho para la felicidad. Y la felicidad plena sólo te la puede dar El.

Jesús reconociendo lo ciegos que somos tú y yo en buscarla, nos previene:

“Velad porque no sabéis en qué día va a venir vuestro Señor’.

Velad. Estad atentos. Manteneos despiertos.

Porque de muchas cosas en el mundo puedes no estar seguro, pero de una ciertamente no hay duda: que un día tienes que morir. Y esto para el cristiano significa presentarse delante de Cristo que viene.
Puede ser que también tú estés entre esa mayoría que se olvida de la muerte intencionadamente, a propósito. Tienes miedo de ese momento y vives como si no existiera. Con tu vida terrena, con querer arraigarte cada vez más a ella, estás diciendo: la muerte me
hace temblar, por tanto no existe. Pero ese momento llegará. Porque Cristo viene ciertamente.

“Velad porque no sabéis en qué día va a venir vuestro Señor”.

Con estas palabras Jesús se refiere a su venida el último día. Del mismo modo que subió al cielo entre los apóstoles, así volverá.

Pero estas palabras expresan también la venida del Señor al final de la vida de cada hombre. Por otra parte, cuando muere el hombre, e] mundo ha terminado para él.

Y puesto que no sabes si Cristo va a venir hoy, esta noche, mañana, o dentro de un año o más, tienes que vigilar. Exactamente como los que están despiertos porque saben que van a venir los ladrones a desvalijar su casa, pero no saben la hora.

Y si Jesús viene, quiere decir que esta vida es pasajera. Y si es así, en vez de desvalorizarla, tienes que darle la máxima importancia. Tienes que prepararte para ese encuentro con una vida digna.

La mañana del 6 de agosto el Papa Pablo VI no sabía todavía, y quizás ni se lo imaginaba, que por la noche, a las 21,40, el Señor vendría. Pero él estaba dispuesto. En sus discursos precedentes a menudo había hecho alusión a la muerte próxima. Por esto se había preparado. Y aquella partida de improviso realmente no fue para él una sorpresa. Y para Juan Pablo 1 la venida de Jesús fue todavía más imprevisible.

“Velad porque no sabéis en qué día va a venir vuestro Señor”.

Ciertamente, es necesario que también tú vigiles. Tu vida no es sólo un pacífico sucederse de actos. Es también una lucha. Y las más variadas tentaciones como el sexo, la vanidad, el apego al dinero, la violencia.., son tus primeros enemigos.

Si vigilas siempre, no te dejarás coger por sorpresa.

Pero vigila bien el que ama. Es propio del amor el vigilar.

Cuando se ama a una persona, el corazón vigila siempre esperándola, y cada minuto que pasa sin ella está en función de ella.

Así hace una esposa amorosa cuando trabaja, o prepara lo que puede servir a su esposo ausente: lo hace todo con vistas a él. Y cuando llega, en su saludo exultante va todo el trabajo gozoso de la jornada.

Así hace una madre, cuando se toma un corto descanso en sus horas de asistencia al hijo enfermo. Duerme pero su corazón vigila.

Así actúa quien ama a Jesús. Lo hace todo en función de El, a quien encuentra en las más sencillas manifestaciones de su voluntad de cada momento, y a quien encontrará solemnemente el día en que venga.

Es el 3 de noviembre de 1974.
Concluye en Santa María, al sur de Brasil, un encuentro de 250 jóvenes. La mayor parte provenía de cerca de Canguçu.

El primer autocar con 45 personas está saliendo. Muchas canciones y mucha alegría. Pero en un momento determinado del viaje algunas jóvenes rezan juntas el rosario con los misterios dolorosos y piden a la Virgen la fidelidad a Dios hasta la muerte.

En una curva, por un fallo mecánico, el autocar se precipita en un barranco de unos cincuenta metros, dando tres vueltas de campana. Mueren seis chicas.
Una de las supervivientes dice: “He visto la muerte de cerca, pero no he tenido miedo porque Dios estaba allí.

Otra dice: “Cuando me di cuenta de que me podía mover, en medio de los escombros, miré al cielo estrellado y, arrodillada entre los cuerpos de mis compañeras, recé. Dios estaba allí a nuestro lado. ..“ El padre de Carmen Regina, una de las víctimas, contaba que a menudo su hija repetía: “Es precioso morir, papá; es irse a estar con Jesús”.

“Velad porque no sabéis en qué día va a venir vuestro Señor”.


Las jóvenes de Canguçu, porque amaban, vigilaban, y cuando vino el Señor fueron a su encuentro con alegría.


CHIARA LUBICH

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