TESTIMONIO DE UN OBISPO VIETNAMITA EN LA CÁRCEL
HABLANDO DE LA ORACIÓN
Me viene a la mente una historia, la del
viejo Jim. Cada día, a las 12, Jim entraba a la Iglesia por no más de dos
minutos y luego salía. El sacristán, que era muy curioso, un día detuvo a Jim y
le preguntó:
— ¿A qué vienes cada día?
— Vengo a orar
— ¡Imposible! ¿Qué oración puedes decir en
dos minutos?
— Soy un viejo ignorante, oro a Dios a mi
manera.
— Pero ¿qué dices?
Pasaron los años. Jim, cada vez más viejo,
enfermo, ingresó al hospital, en la sección de los pobres. Cuando parecía que
Jim iba a morir, el sacerdote y la religiosa enfermera estaban cerca de su
lecho.
— Jim, dinos ¿por qué desde que tú
entraste a esta sección todo ha mejorado y la gente se ha puesto más contenta,
feliz y amigable?
— No lo sé. Cuando puedo caminar, voy por
todas partes visitando a todos, los saludo, hablamos un poco; cuando estoy en
cama llamo a todos, los hago reír a todos y hago felices a todos. Con Jim están
siempre felices.
— Y tú, ¿por qué eres feliz?
— Ustedes, cuando reciben diario una
visita, ¿no son felices?
— Claro. Pero ¿quién viene a visitarte?
Nunca hemos visto a nadie.
— Cuando entré a esta sección les pedí dos
sillas: una para ustedes, y otra reservada para mi huésped, ¿no ven?
— Es Jesús. Antes iba a la Iglesia a
visitarlo ahora ya no puedo hacerlo; entonces, a las 12, Jesús viene.
— Y, ¿qué te dice Jesús?
— Dice: ¡Jim, aquí estoy, soy Jesús!...
Antes de morir lo vimos sonreír y hacer un
gesto con su mano hacia la silla cercana a su cama, invitando a alguien a
sentarse... sonrió de nuevo y cerró los ojos.
Cuando me faltan las fuerzas y no logro ni
siquiera recitar mis oraciones, repito: «Jesús, aquí estoy, soy Francisco». Me
entra el gozo y el consuelo, experimento que Jesús me responde: «Francisco,
aquí estoy, soy Jesús».
Pero me preguntareis:
¿cuáles son tus oraciones preferidas?
Sinceramente amo mucho las oraciones
breves y sencillas del Evangelio:
«No tienen vino» (In 2,3).
«Magníficat...» (Lc 1, 46-55).
«Padre, perdónalos...» (Lc 23, 34).
«En tus manos encomiendo mi espíritu...»
(Lc 23, 46).
«Que todos sean uno... tú, Padre, en mí»
(Jn 7, 21).
«Acuérdate de mí cuando llegues a tu
Reino» (Lc 23, 42-43).
Como no pude llevar conmigo la Biblia a la
cárcel entonces recogí todos los pedacitos de papel que encontré y me hice una
pequeña agenda y en ella escribí más de 300 fases del Evangelio; este Evangelio
reconstruido y reencontrado ha sido mi vademécum diario, mi estuche precioso
del cual saco fuerza y alimento mediante la lectio divina.
Me gusta hacer oración con la palabra de
Dios completa, con las oraciones litúrgicas, los Salmos y los cánticos. Amo
mucho el canto gregoriano, que recuerdo de memoria en gran parte. ¡Gracias a la
formación del seminario estos cantos litúrgicos entraron profundamente en mi
corazón! Luego, las oraciones en mi lengua nativa, que toda la familia ora cada
tarde en la capilla familiar, oraciones conmovedoras que me recuerdan mi
primera infancia. Sobre todo las tres avemarías y el Acuérdate, oh piadosísima
virgen María, que mi mamá me enseñó a recitar en la mañana y en la tarde.
Como ya lo dije, estuve nueve años en
aislamiento, vigilado por dos guardias. Caminaba todo el día para evitar las
enfermedades causadas por la inmovilidad, como la artrosis; me daba masajes,
hacía ejercicios físicos... oraba con cantos como el Miserere, Te Deum, Veni
Creator y el himno de los mártires Sanctorum mentís. Estos cantos de la
Iglesia, inspirados en la Palabra de Dios, me comunican un gran ánimo para
seguir a Jesús. Para apreciar estas bellísimas oraciones fue necesario
experimentar la oscuridad de la cárcel y tomar conciencia de que nuestros
sufrimientos se ofrecen por la fidelidad a la Iglesia. Esta unidad con Jesús,
en comunión con el Santo Padre y toda la Iglesia, la siento de manera
irresistible cuando repito durante el día: «Por Él y con Él y en Él...».
Me viene a la mente la sencillísima
oración de un comunista que primero fue un espía y después se hizo mi amigo.
Antes de que él fuera liberado me prometió: «Mi casa dista 3 km del Santuario
de Nuestra Señora de Lavang. Iré allá a orar por usted». Yo creía en su
amistad, pero dudaba que un comunista fuera a orar a la Santísima Virgen. Pero
un día, quizá seis años después, en mi aislamiento ¡recibí una carta suya!
Escribió: «Querido amigo, te había prometido ir a orar por ti ante Nuestra Señora
de Lavang. Lo hago cada domingo, si no llueve. Tomo mi bicicleta cuando oigo
sonar la campana. La basílica está totalmente destruida por el bombardeo, por
eso voy al monumento de la aparición que aún permanece intacto. Oro por ti así:
Señora, no soy cristiano, no conozco las oraciones, te pido que des al señor
Thuan lo que él desea». Estoy conmovido hasta el fondo de mi corazón;
ciertamente, la Señora lo escuchará.
En el Evangelio que estamos meditando,
antes de realizar el milagro, antes de dar de comer a la gente hambrienta,
Jesús quiere enseñarme: antes del trabajo pastoral, social, caritativo, es
necesario orar.
Juan Pablo II os dice a vosotros:
«Conversad con Jesús en la oración y en la escucha de la Palabra; gustad la
alegría de la reconciliación en el sacramento de la Penitencia; recibid el Cuerpo
y la Sangre de Cristo en la Eucaristía... Descubriréis la verdad sobre vosotros
mismos, la unidad interior y encontraréis al `Tú' que cure de las angustias, de
las preocupaciones, de aquel subjetivismo salvaje que no deja paz» (Mensaje
para la XII Jornada Mundial de la Juventud, 1997, n. 3).
En el aislamiento en Hanoi (Vietnam del
Norte), 25 de marzo de 1987, Fiesta de la Anunciación.
Texto tomado del
libro “Cinco panes y dos peces” Ed. Ciudad Nueva.
Este breve libro nos introduce en la experiencia de Monseñor Van Thuan, testigo de Jesús desde la cárcel. A partir de fragmentos del mensaje del Papa para la Jornada Mundial de la Juventud de 1997, el autor nos presenta siete reflexiones dirigidas especialmente a los jóvenes. En ellas, bajo el título evocador de "Cinco panes y dos peces", nos ofrece su testimoniosobre la importancia de vivir el momento presente, la elección de Dios, la oración, la Eucaristía, el amor con la medida de Jesús, la materinidad de María y cómo renovar el mundo siguiendo a Cristo.
Este breve libro nos introduce en la experiencia de Monseñor Van Thuan, testigo de Jesús desde la cárcel. A partir de fragmentos del mensaje del Papa para la Jornada Mundial de la Juventud de 1997, el autor nos presenta siete reflexiones dirigidas especialmente a los jóvenes. En ellas, bajo el título evocador de "Cinco panes y dos peces", nos ofrece su testimoniosobre la importancia de vivir el momento presente, la elección de Dios, la oración, la Eucaristía, el amor con la medida de Jesús, la materinidad de María y cómo renovar el mundo siguiendo a Cristo.
No hay comentarios:
Publicar un comentario