domingo, 28 de diciembre de 2014

ORACIÓN DE LOS MATRIMONIOS A MARÍA

Había una boda en Caná de Galilea, y la Madre de Jesús estaba allí. Jesús y sus discípulos estaban también invitados a la boda.
Jn. 1,1-2

ORACIÓN DE LOS MATRIMONIOS A MARÍA.
Virgen María Inmaculada, Madre de Dios, Madre de la Iglesia y Reina de las familias:
A ti que estabas desposada con José, queremos ponerte en tus manos nuestro matrimonio y consagrarte nuestra familia para que Tú la protejas y la bendigas con tu presencia, como hiciste junto con tu Hijo en aquella boda de Caná de Galilea.
Tú que eres la “llena de gracia” renueva cada día en nosotros la gracia del sacramento del matrimonio para que, conscientes de ser un don el uno para el otro y viviendo gozosos las promesas de fidelidad y entrega que hicimos el día de nuestra boda, seamos realmente signo y sacramento del amor de tu Hijo por la Iglesia.
Ayúdanos a vivir cada jornada con renovada ilusión, alegría y gozo nuestra vocación al amor y haz que el Espíritu Santo, que vino sobre ti el día de la Encarnación, siga derramando el Amor de Dios sobre nosotros para que nos purifique de todo egoísmo, nos fortalezca y nos haga crecer, madurar y perseverar en el verdadero y auténtico amor mutuo.
Tú, que tuviste que huir a Egipto porque peligraba la vida del Niño, ayúdanos a huir siempre del pecado y de todo aquello que pueda poner en peligro o dañar la identidad y la integridad de nuestra familia.
Ayúdanos a ser profundamente respetuosos y comprensivos el uno con el otro y a descubrir el diálogo sereno, profundo y sincero entre nosotros como fuente de crecimiento mutuo, de consolidación de nuestro proyecto común de vida, y como terapia para curar las heridas que puedan surgir en nuestra relación. No permitas que ningún día nos retiremos a descansar sin habernos pedido perdón y perdonado en caso de que haya habido alguna ofensa, enfado, discusión o pelea. Asimismo danos humildad para reconocer los fallos y errores que podamos cometer, y sabiduría para aprender de ellos.
Te pedimos que, conscientes de “ser los dos una sola carne”, desarrollemos y vivamos gozosos la dimensión esponsal de nuestro cuerpo para que, comprometidos en la paternidad responsable tal como nos enseña la Iglesia, crezcamos en auténtica comunión entre nosotros y nos sintamos cooperadores de la obra creadora de Dios.
Tú que junto con José presentaste a tu Hijo en el Templo, ayúdanos a ser una verdadera iglesia doméstica en la que se vive y se educa la fe, y nuestros hijos van creciendo, como el tuyo, “en estatura, sabiduría y gracia” para que, conscientes de que son hijos de Dios, maduren como personas íntegras que, conociendo y siguiendo a tu Hijo que es el Camino, la Verdad y la Vida, vivan y crezcan en la fe, se fortalezcan en la esperanza y den razón de ella, y descubran, respondan y realicen su verdadera su vocación al amor. Asimismo queremos ser una auténtica comunidad de vida y amor en la que cada uno se sienta respetado, valorado y querido por sí mismo. Que, recordando cada día las palabras de tu Hijo “hay mayor alegría en dar que en recibir”, la gratitud y la gratuidad impregnen siempre las relaciones entre toda la familia.
Tú que fuiste proclamada dichosa por escuchar la Palabra y cumplirla, haz que en nuestro hogar se escuche y se medite la Palabra de tu Hijo para que ilumine nuestra vida cotidiana y nos llene de la sabiduría necesaria para educar a nuestros hijos, sabiendo hacer de ellos la tierra buena en la que la semilla de la Palabra pueda germinar, echar raíces profundas, crecer y dar fruto. Que vivamos esta tarea educativa de nuestros hijos como la misión más importante que Dios nos encomienda, la realicemos con entusiasmo, dedicación y esmero, y no permitas que escatimemos nada en ella.
Conscientes de que la cruz, escándalo para unos, necedad para otros, pero fuerza y sabiduría de Dios, ha de formar parte de nuestras vidas, danos fortaleza y perseverancia para afrontar con esperanza y a la luz del Evangelio los problemas, las dificultades y los contratiempos que puedan venir, y haz que, convencidos de que “todo sirve para el bien de aquellos que aman a Dios”, nos sirvan para madurar y compenetrarnos más entre nosotros.
Tú que saliste a visitar y ayudar a tu prima Isabel, no permitas que nos encerremos en nosotros mismos sino que salgamos a celebrar y compartir nuestra fe con otras familias sintiéndonos siempre en comunión con nuestra diócesis y con toda la Iglesia universal. Asimismo, haznos acogedores y sensibles a las necesidades de los demás y generosos para poder ayudar y servir a quien nos necesite.
No permitas que caigamos en la espiral del consumismo, del despilfarro y del hedonismo que nos envuelve: enséñanos a usar las cosas sin apegarnos a ellas, a ser austeros y generosos, y a mostrarle a nuestros hijos cuál es el verdadero Tesoro que los puede hacer realmente felices.
Que nuestra familia sepa discernir, como Tú, la voluntad de Dios, y así sea hoy y siempre, en el seno de la Iglesia y en medio de la sociedad, lo que tu Hijo espera de ella.
Madre de Dios y Madre nuestra: queremos ser un matrimonio unido, feliz, compenetrado, lleno de paz, que al terminar cada jornada proclame, como Tú, la grandeza del Señor y se alegre en Dios nuestro Salvador, porque contemplamos que el Poderoso hace obras grandes en nuestra familia. 
Daniel García Miranda. Pbro.

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