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Soy hijo único, y de la vida he tenido de
todo. De pequeño siempre fui buscando cosas nuevas y nuevas emociones, que al
final, no me agradaron.
Llegando a los últimos años de la EGB, me
sentía el dueño del mundo, no soportaba a mis compañeros que tenían
dificultades, más bien sus problemas me fastidiaban.
Sin embargo, un día, me sentí implicado por
el clima que se creó en clase durante la lectura de “chicos fuertes”.
De la red |
Mis compañeros, estimulados por la profesora,
parecían como enloquecidos, y decidieron pasar página, y de ayudarse
recíprocamente.
Al principio no lograba entender lo que
pasaba: fue difícil para mí, que estaba siempre al centro de la atención, como
ayudar los otros.
Pero las iniciativas que se llevaron
adelante, en clase, agradaron a todos: cada mañana había un compañero que se
preocupaba de amigo con problemas, y todos competían para ahorrar por ejemplo,
el dinero de las patatas y de las golosinas para adoptar un niño a
distancia.
Por no hablar de la euforia que se creó por
la Feria de la primavera.
No os digo la rabia que sentía, sólo yo
estaba triste.
Un día la profesora de italiano me pidió que
hiciera dibujos para el periódico para niños de la clase.
Al leer las experiencias de mis compañeros
quedé muy tocado: estaban felices por las pequeñas cosas, porque descubrieron
que hay más alegría en dar que en recibir.
Desde aquel día mi vida es cambió, me abrí a
los demás.
Ahora estoy ayudando a mi amigo
Federico.
A menudo renuncio a hablar yo, para
explicarle los ejercicios de análisis lógica o los teoremas de
matemáticas.
Todo esto no me pesa, más bien me llena de
alegría. He entendido que para ser feliz es necesario aprender a amar a los
demás.
He cambiado.
Fuente: www.cittanuova.it