«Andad,
aprended lo que significa: "Misericordia quiero y no sacrificios"»
(Mt 9,13).
Del
18 al 25 de enero se celebra en muchas partes del mundo la Semana de oración por la unidad de los
cristianos, que en otros lugares se celebra en Pentecostés.
Este
año, la frase elegida para la Semana
de oración es: «Lo que quiere de ti el Señor» (Mi 6, 6-8).
Ya
que Chiara Lubich solía comentar el versículo bíblico, proponemos un texto suyo
que comenta el pasaje de Mt 9,13
(cf. Os 6,6), escrito en junio de 1996 y que podría ser una aportación para
profundizar en la Palabra que se nos propone.
«Andad, aprended lo
que significa: "Misericordia quiero y no sacrificios"» (Mt 9,13).
«Misericordia
quiero y no sacrificios».
¿Recuerdas
cuándo dijo Jesús estas palabras?
Mientras
estaba sentado a la mesa, varios publicanos y pecadores se sentaron con Él. Al
darse cuenta de esto, los fariseos presentes les dijeron a sus discípulos:
«¿Cómo es que vuestro maestro come con publicanos y pecadores?». Y Jesús, al
oír estas palabras, respondió:
«Andad, aprended lo que significa: "Misericordia quiero y no sacrificios"».
Jesús cita aquí una frase del profeta Oseas, lo cual demuestra que le gusta el concepto allí contenido: en efecto, es la norma según la cual Él mismo se comporta, y que expresa la primacía del amor sobre cualquier otro mandamiento, sobre cualquier otra regla o precepto.
Esto
es el cristianismo: Jesús vino a decir que lo que Dios quiere de ti con
respecto a los demás -hombres y mujeres- es ante todo el amor, y que esta
voluntad de Dios ya había sido anunciada en las Escrituras, como demuestran las
palabras del profeta.
Para
todo cristiano, el amor es el programa de su vida, la ley fundamental de sus
acciones, el criterio para saber cómo moverse.
El
amor siempre debe prevalecer sobre las demás leyes. Más aún: el amor a los
demás debe ser para el cristiano la sólida base sobre la cual apoyarse para
poner legítimamente en práctica cualquier otra norma.
«Misericordia quiero y no sacrificios».
Jesús quiere amor, y la misericordia es una de sus expresiones.
Y
quiere que el cristiano viva así, ante todo porque Dios es así.
Para
Jesús, Dios es ante todo el Misericordioso, el Padre que ama a todos, «que hace
salir su sol sobre malos y buenos y manda la lluvia a justos e injustos» (Mt 5, 45).
Jesús,
porque ama a todos, no teme estar con los pecadores, y de este modo nos revela
quién es Dios.
Por
tanto, si Dios es así, si Jesús es así, también tú debes albergar idénticos
sentimientos.
«Misericordia quiero y no sacrificios».
«... y no sacrificios».
Si
no amas a tu hermano, a Jesús no le agrada tu culto. No acoge tu oración, ni tu
asistencia a la Eucaristía, ni las ofrendas que puedas hacer... si todo ello no
brota de un corazón en paz con todos, rico de amor por todos.
¿Recuerdas
aquellas palabras suyas tan incisivas del sermón del monte? «Por tanto, si
cuando vayas a presentar tu ofrenda ante el altar, te acuerdas allí mismo de
que tu hermano tiene quejas contra ti, deja allí tu ofrenda ante el altar y
vete primero a reconciliarte con tu hermano, y entonces vuelve a presentar tu
ofrenda» (Mt 5, 23-24).
Estas
palabras te indican que el culto que más agrada a Dios es el amor al prójimo,
que ha de ser la base también de tu culto a Dios.
Si
quisieras hacerle un regalo a tu padre mientras estás enemistado con tu hermano
(o tu hermano contigo), ¿qué te diría tu padre? «Reconcíliate antes y luego ven
a ofrecerme lo que desees».
Pero
hay más. El amor no es sólo la base del vivir cristiano, sino también el camino
más directo para estar en comunión con Dios. Lo dicen los santos, testigos del
Evangelio que nos han precedido; lo experimentan los cristianos que viven su
fe, pues si ayudan a sus hermanos, sobre todo a los necesitados, crece en ellos
la devoción, la unión con Dios se hace más fuerte, perciben que existe un
vínculo entre ellos y el Señor; y esto es lo que más alegra sus vidas.
«Misericordia quiero y no sacrificios».
¿Cómo vivirás entonces esta nueva Palabra de vida?
No
hagas discriminación alguna entre las personas que tengan contacto contigo, no
margines a nadie; más bien ofrece a todos lo más que puedas darles, imitando a
Dios Padre. Repara esas pequeñas o grandes desavenencias que disgustan al Cielo
y te amargan la vida; como dice la Escritura (cf. Ef 4,26), no dejes que se ponga el sol sobre tu ira hacia nadie.
Si
te comportas así, todo lo que hagas agradará a Dios y quedará para la
eternidad. Cuando estés trabajando o descansando, jugando o estudiando, con tus
hijos o acompañando a tu mujer o a tu marido de paseo, cuando reces o cuando te
sacrifiques, o mientras realizas las prácticas religiosas acordes a tu vocación
cristiana... : todo, todo, todo será materia prima para el Reino de los Cielos.
El
Paraíso es una casa que construimos aquí y habitamos allá. Y la construimos con
el amor.
Chiara Lubich
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