Creer en la caridad suscita caridad
«Hemos conocido el amor que Dios nos tiene y hemos creído en él» (1 Jn 4,16)
2. La caridad como vida en la fe
Toda la vida cristiana consiste en responder al
amor de Dios. La primera respuesta es precisamente la fe, acoger llenos de
estupor y gratitud una inaudita iniciativa divina que nos precede y nos
reclama. Y el «sí» de la fe marca el comienzo de una luminosa historia de
amistad con el Señor, que llena toda nuestra existencia y le da pleno sentido.
Sin embargo, Dios no se contenta con que nosotros aceptemos su amor gratuito.
No se limita a amarnos, quiere atraernos hacia sí, transformarnos de un modo
tan profundo que podamos decir con san Pablo: ya no vivo yo, sino que Cristo
vive en mí (cf. Ga 2,20).
Cuando dejamos espacio al amor de Dios, nos hace
semejantes a él, partícipes de su misma caridad. Abrirnos a su amor significa
dejar que él viva en nosotros y nos lleve a amar con él, en él y como él; sólo
entonces nuestra fe llega verdaderamente «a actuar por la caridad» (Ga
5,6) y él mora en nosotros (cf. 1 Jn 4,12).
La fe es conocer la verdad y adherirse a ella
(cf. 1 Tm 2,4); la caridad es «caminar» en la verdad (cf. Ef
4,15). Con la fe se entra en la amistad con el Señor; con la caridad se vive y
se cultiva esta amistad (cf. Jn 15,14s). La fe nos hace acoger el
mandamiento del Señor y Maestro; la caridad nos da la dicha de ponerlo en
práctica (cf. Jn 13,13-17). En la fe somos engendrados como hijos de
Dios (cf. Jn 1,12s); la caridad nos hace perseverar concretamente en
este vínculo divino y dar el fruto del Espíritu Santo (cf. Ga 5,22). La
fe nos lleva a reconocer los dones que el Dios bueno y generoso nos encomienda;
la caridad hace que fructifiquen (cf. Mt 25,14-30).
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