El Santo Padre habla de las distintas confesiones y
tradiciones de la Iglesia y cómo estas diferencias no pueden detenernos en el
caminar juntos hacia la unidad deseada por Jesús.
"Queridos hermanos y hermanas: en las
últimas catequesis, hemos intentado alumbrar la naturaleza y la belleza de la
Iglesia, y nos hemos preguntado que implica para cada uno de nosotros formar
parte de este pueblo. Pueblo de Dios que es la Iglesia. No debemos olvidar que
hay muchos hermanos que comparten con nosotros la fe en Cristo, pero que
pertenecen a otras confesiones o a otras tradiciones diferentes de la nuestra.
Muchos se han resignado con esta división, también dentro de nuestra Iglesia
católica se han resignado, que a lo largo de la historia ha sido a menudo causa
de conflictos y de sufrimientos, también de guerras, esto es una vergüenza.
También hoy las relaciones no
están siempre marcadas por el respeto y la cordialidad... Pero, me pregunto
¿cómo nosotros nos ponemos frente a todo esto? ¿Estamos también
nosotros resignados, o somos incluso indiferentes a esta división? ¿O creemos
firmemente que se pueda y se deba caminar hacia la reconciliación y la plena
comunión? La plena comunión, es decir, poder participar todos juntos del cuerpo
y la sangre de Cristo.
Las divisiones entre los
cristianos, mientras hieren a la Iglesia, hieren a Cristo. Y nosotros divididos
hacemos una herida a Cristo. De hecho, la Iglesia es el cuerpo del que Cristo
es la cabeza. Sabemos bien cuanto estaba en el corazón de Jesús que sus
discípulos permanecieran unidos en su amor. Basta pensar en sus palabras que
aparecen en el capítulo diecisiete del Evangelio de Juan, la oración dirigida
al Padre en la inminencia de su Pasión: "Padre santo, cuídalos en tu nombre,
los que me has dado, para que sean una sola cosa, como nosotros".
Esta unidad estaba ya amenazada
mientras Jesús estaba aún entre los suyos: en el Evangelio, de hecho, se
recuerda que los apóstoles discutían entre ellos quién era el más grande, el
más importante. El Señor, sin embargo, ha insistido mucho en la unidad en el
nombre del Padre, haciéndonos entender que nuestro anuncio y nuestro testimonio
serán más creíbles cuanto más seamos capaces de vivir en común y querernos.
Es lo que sus apóstoles, con la
gracia del Espíritu Santo, después comprendieron profundamente y se tomaron en
serio, tanto que san Pablo llegará a implorar a la comunidad de Corintio con
estas palabras: "Hermanos, en el nombre de nuestro Señor Jesucristo, yo
los exhorto a que se pongan de acuerdo: que no haya divisiones entre ustedes y
vivan en perfecta armonía, teniendo la misma manera de pensar y de
sentir".
Durante su camino en la historia,
la Iglesia es tentada por el maligno, que trata de separarla, y lamentablemente
ha estado marcado por separaciones graves y dolorosas. Son divisiones que a
veces han durado mucho tiempo, hasta hoy, por lo que resulta difícil
reconstruir todas las motivaciones y sobre todo encontrar las posibles
soluciones.
Las razones que han llevado a las
fracturas y a las separaciones pueden ser las más diversas: desde las
divergencias sobre principios dogmáticos y morales y sobre concepciones
teológicas y pastorales diferentes, hasta motivos políticos y de conveniencia,
hasta los debates por antipatías y ambiciones personales... Lo cierto es que de
una forma u otra, detrás de estas laceraciones está siempre la soberbia y el
egoísmo, que son causa de todo desacuerdo y que nos hacen intolerantes,
incapaces de escuchar y aceptar a quien tiene una visión o una posición
diferente de la nuestra.
Ahora, frente a todo esto, ¿hay
algo que cada uno de nosotros, como miembros de la santa madre Iglesia, podemos
y debemos hacer? Ciertamente no debe faltar la oración, en continuidad y en
comunión con la de Jesús. La oración por la unidad de los cristianos. Y junto
con la oración, el Señor nos pide una apertura renovada: nos pide no cerrarnos
al diálogo y al encuentro, sino acoger todo lo válido y positivo que se nos
ofrece también quien piensa distinto a nosotros o se pone en posiciones
diferentes. Nos pide no fijar la mirada sobre lo que nos divide, sino más bien
en lo que nos une, tratando conocer mejor y amar a Jesús y compartir la riqueza
de su amor. Y esto comporta concretamente la adhesión a la verdad, junto con la
capacidad de perdonarse, de sentirse parte de la misma familia cristina,
considerarse el uno don para el otro y hacer juntos muchas cosas buenas, muchas
obras de caridad.
Es un dolor pero hay divisiones,
hay cristianos divididos, estamos divididos entre nosotros. Y todos tenemos
algo en común. Todos creemos en Jesucristo el Señor, todos creemos en el Padre,
el Hijo y el Espíritu Santo. Y tercero, todos caminos juntos, estamos en
camino. Ayudémonos el uno al otro.
'Pero tú piensas así, y él
piensas así'. Pero en todas las comunidades hay buenos teólogos: que ellos
discutan, que ellos busquen la verdad teológica, porque es un deber. Pero
nosotros caminamos juntos, rezando el uno por el otro y haciendo obras de
caridad. Y así hacemos la comunión en camino. Esto se llama ecumenismo
espiritual, caminar el camino de la vida todos juntos en nuestra fe en
Jesucristo el Señor.
Se dice que no se debe hablar de
cosas personales pero no resisto la tentación. Estamos hablando de comunión,
comunión entre nosotros. Y hoy estoy muy agradecido al Señor porque hace 70
años que he hecho la Primera Comunión. Hacer la primera comunión, todos
nosotros, debemos saber que significa entrar en comunión con los otros, en
comunión con los hermanos de nuestra Iglesia, pero también en comunión con
todos los que pertenecen a comunidades diversas pero que creen en Jesús. Damos
gracias a Dios todos por nuestro bautismo, damos gracias a Dios todos por
nuestra comunión, para que esta comunión termine por ser de todos juntos.
Queridos amigos, ¡vamos adelante
ahora hacia la plena unidad! ¡La historia nos ha separado, pero estamos en
camino hacia la reconciliación y la comunión! Y esto es verdad, esto debemos
defenderlo. Todos estamos en camino hacia la comunión. Y cuando la meta nos
puede parecer demasiado distante, casi inalcanzable y nos sentimos atrapados
por la desesperación, nos aliente la idea de que Dios no puede cerrar los oídos
a la voz del propio Hijo Jesús y no conceder su y nuestra oración, para que
todos los cristianos sean realmente una sola cosa. Gracias".
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